Barcelona. Carretera. Un fin de semana largo. La Sagrada Familia siempre en obras como las familias normales. Paseos. Lluvias. Montañas. Aires nuevos. Y conducir. Alhama de Aragón. Cómo recomiendo el balneario que allí se encuentra. Debéis (no sé quiénes sois vosotros pero a vosotros os escribo que estáis ahí, en el universo amplísimo de las letras y los colores, en el universo de 0 y 1 que lo son todo y lo son nada; a vosotros, queridos míos, mis iguales, mis fréres, como ya dijo tan hermosamente Gil de Biedma en su Pandémica y Celeste aunque él -parece ser- no fuera tan hermoso como sus palabras y sus ritmos que también son nada o imposible -John Cage dixit-. A vosotros en todo caso. A vosotros seres vivos y conscientes que entienden el español y sus sintaxis. A vosotros queridos. Que acudís. Que buscáis. Que sentís. Que oléis los aires nuevos. A vosotros os digo id) conocer ese espacio decadente y magnífico. Esos descubrimientos merecen desviarse de la A-2, seguir una carretera de doble sentido y llegar, de repente, a un vergel con balneario y contemplar una escultura del Emperador Diocleciano y descender por una escalera de mármol mientras un olor ligeramente sulforoso lo impregna todo. Entrar en un comedor donde lo que más apetece es ser tísico y encontrarse con los personajes de Thomas Mann de su Montaña Mágica ¡Enfermedad ideal la tisis! Ser tísico y enfundado en un albornoz caminar por el sendero de tierra rojiza que lleva hasta el lago donde las aguas de un intenso azul con algo de verde, templadas, invitan, invitan a hundirse en ellas y dejar que los pececillos te mordisqueen los pies como si con ello te quitaran algo más que un poquito de pellejo.
O antes Barcelona y Elena, amada mía, hermosa como un aire que levantara el ánimo, hablando a una concurrencia sobre la alegría de estar aquí, en este mundo milagroso en sí mismo; aquí, en esta estrecha franja de posibilidades que los cosmólogos llaman Goldilocks o lugares del universo donde una serie larga de concurrencias, casualidades (¿no es la casualidad el orden natural de las cosas?) hacen posible la existencia de fenómenos como la vida; Elena habla en una tertulia de singles (en nuestra lengua solteros) y yo participo de la tertulia y el mundo se abre en una comunicación verbal y en unos gestos y en unos ojos de mujeres y algún hombre algo tristes y también algo niños, luz de la niñez que mira con curiosidad. La curiosidad. Y luego cenamos y luego dormir.
Antes aún. También en Barcelona acudo a un santuario del mundo que más amo quizá tan sólo porque pertenezco a él. Estoy citado en la Agencia Literaria de Carmen Balcells y espero a Ramón en una sala donde las fotos de los grandes de la literatura hispanoamericana acompañados por la copias de sus manuscritos me hacen sentir especialmente dichoso como si un suceso cuya lógica era inevitable hubiera por fin ocurrido, estuviera ocurriendo.
Más tarde la carretera. Conducir. Mirar los paisajes. El asedio de la niebla. La cautela. Elena con aspecto hippie, de larga cabellera enredada, dormita y escuchamos a Keith Jarret y las versiones para piano de melodías hechas para la noche tras haber comido en el comedor de la Montaña Mágica en el balneario de Alhama de Aragón (id. No sé quiénes sois. Id, queridas miradas. Id con vuestros sentidos abiertos al viejo plátano. Id y aquietaros en el casino convertido en cafetería para que las horas tan ajenas se encarguen de acunaros.)
O antes Barcelona y Elena, amada mía, hermosa como un aire que levantara el ánimo, hablando a una concurrencia sobre la alegría de estar aquí, en este mundo milagroso en sí mismo; aquí, en esta estrecha franja de posibilidades que los cosmólogos llaman Goldilocks o lugares del universo donde una serie larga de concurrencias, casualidades (¿no es la casualidad el orden natural de las cosas?) hacen posible la existencia de fenómenos como la vida; Elena habla en una tertulia de singles (en nuestra lengua solteros) y yo participo de la tertulia y el mundo se abre en una comunicación verbal y en unos gestos y en unos ojos de mujeres y algún hombre algo tristes y también algo niños, luz de la niñez que mira con curiosidad. La curiosidad. Y luego cenamos y luego dormir.
Antes aún. También en Barcelona acudo a un santuario del mundo que más amo quizá tan sólo porque pertenezco a él. Estoy citado en la Agencia Literaria de Carmen Balcells y espero a Ramón en una sala donde las fotos de los grandes de la literatura hispanoamericana acompañados por la copias de sus manuscritos me hacen sentir especialmente dichoso como si un suceso cuya lógica era inevitable hubiera por fin ocurrido, estuviera ocurriendo.
Más tarde la carretera. Conducir. Mirar los paisajes. El asedio de la niebla. La cautela. Elena con aspecto hippie, de larga cabellera enredada, dormita y escuchamos a Keith Jarret y las versiones para piano de melodías hechas para la noche tras haber comido en el comedor de la Montaña Mágica en el balneario de Alhama de Aragón (id. No sé quiénes sois. Id, queridas miradas. Id con vuestros sentidos abiertos al viejo plátano. Id y aquietaros en el casino convertido en cafetería para que las horas tan ajenas se encarguen de acunaros.)
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Tags : Archivo 2008 Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 12/10/2008 a las 20:20 | {2}