23 h. 27 m.
Ha sido el día cerrar los ojos. La lluvia, como todo, tiene en ocasiones una cualidad mórbida. La lluvia de hoy era fría y desapacible. No he tratado bien a mi perro. El mundo tampoco me ha tratado bien hoy. Tampoco tiene por qué tratarme bien siempre. No se lo pido. Sólo que me cago en su puta madre. Como mi perro debe haber hecho lo propio con la mía. No. O sí. También yo lo he hecho. El día digo. Incluso desde la lejana Canadá he sentido lo sórdido del día. Sí. No. Hoy no es un día en que necesite la lógica formal. Estoy helado y con una ira que paga el perro porque está cerca no porque sea perro. Hoy no es el día para reconvenirme. Hoy no es el día para atacarme. No es la lluvia que quizá si los acontecimientos hubieran sido otros la hubiera descrito de otra manera. Y sí es la lluvia que en la primera hora de la mañana nos ha calado hasta los huesos (a Volga y a mí), nos ha puesto de mal humor y luego han ocurrido los sucesos del día y uno tras otro han ido siendo miserables, cutres, insoportables en su mezquindad, hasta el punto de que la casa huele mal y está llena de pelos y las sábanas están sucias y suenan las paredes como si crujieran huesos entre la pintura y los ladrillos. Es la no luz. Hoy he tenido que mantener bajadas las persianas para que dejara de entrar el puto frío y la puta humedad y esa oscuridad, esa lenta caída de la gota que pende como una tortura china en mis oídos. O un operario que no respeta el trabajo ajeno. O un hombre que sacude su rabia. O el vecino que me cuenta bajo la lluvia que su mujer está invadida de cáncer. Invadida de muerte y él que siempre iba hecho un pincel está descuidado parece más viejo y a punto de llorar. Es el día de la puta lluvia, de la puta sordidez, de no me toques los cojones hoy, hoy no por favor, por favor te lo pido. El perro lo ha entendido y yo le he entendido y hemos salido a caminar cuando ya había caído la noche. Las calles brillaban de agua. Había charcos por todas partes. Al principio había decidido dar un paseo corto, no soportar más el agua y nada más salir hemos vuelto a discutir. De repente la llovizna desagradable y mínima ha ido debilitándose más y más y Volga se ha puesto a mi altura, respetando mi paso, respetando mi dolor y yo me he puesto a su paso respetando su fobia al agua y sus ganas de caminar y así, poco a poco, nos hemos ido acompasando de nuevo el uno al otro y por fin hemos hecho el paseo largo y al llegar a casa habían arreglado la luz de los pisos (hemos estado dos días sin luz en los pasillos y esta mañana con la lluvia mierdera y la oscuridad me sentía personaje de una película cutre, en un barrio del extrarradio de la ciudad de Lyon) y ese sentirse iluminado aunque no haya logrado quitarme de encima ni un gramo de sordidez sí ha conseguido cuando menos que no me tire un buen rato intentando encajar la llave en la cerradura. No he querido ni mirar el diario de Wislawa, ni he encendido la televisión, ni me he puesto un vaso de vino, tan sólo leía palabras en un diccionario correspondientes a la letra N [negroide, negrón, negror, negro spiritual, negrucio, negrura, negrusco, negruzco, neguilla, neguillón, negundo, negus, neis, nema, nematelminto, nematocida, nematocístico, nematocisto, nematodo, nemeo, némesis, nemine discrepante, nemónico] y miraba y remiraba mi pasado como si en él se hallara alguna pista para entender esta sucesión de cabronadas que me están acercando paso a paso al abismo, de nuevo al abismo, al abismo y la vergüenza, al abismo y la dependencia, al abismo y la rabia, al abismo y la indecencia, acercándome paso a paso mientras por ahí escucho las fórmulas para ser feliz. Esos pensamientos a los que descubro de repente. Están otra vez en mi cabeza. Vuelven a asentarse en mi estómago. Me dan ganas de vomitar. No tarda en encenderse la alarma. Me pongo en marcha. Decido que mañana dejaré la casa como los chorros del oro. Y me levantaré temprano y acariciaré a mi perro tanto como hoy le he regañado. No le he pegado. Hasta ahí he llegado a controlar mi espanto. He llegado hasta ahí. Ahora bajaremos de nuevo y quizá me imagine en el corto paseo de la noche que un macarra se me pone chulo y yo le abro la cabeza y me como sus sesos mientras le grito a la luna que por fin soy caníbal. Recibo un mensaje desde Canadá que atempera lo sórdido del día y respondo como puedo como si tuviera aún un gramo de fuerza, un gramo de alegría y debo de tenerlo porque consigo enviar algo parecido a una sonrisa. Luego me cubro con la manta y pongo la televisión a mi espalda, una película para niños en su idioma original y mientras escribo escucho esas voces que algo me dicen y nada me perturban y escucho una música y unos efectos de sonido y Volga se ha quedado dormido y yo escribo con cierta rapidez y con bastante puntería.
Hoy el día es en todo semejante a esto:
Hoy el día es en todo semejante a esto:
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Narrativa
Tags : Colección El mes de noviembre Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/11/2014 a las 23:25 | {0}