¿No es un velo y un buen pedazo de polla?
Dice Justo Navarro a propósito de Salvador Espriu que su obra gira en torno a la precariedad lamentable de los seres humanos (voy a escuchar mientras escribo una música que se acompase al ritmo de mis pensamientos).
Me intereso por la palabra precariedad la cual implica inseguridad, deficencia y escasez. Y así, sobre esta base, deduzco el juicio ético que sobre los hombres debió de tener Espriu según la interpretación de Navarro (que así se construye el mundo).
El hombre precario.
El hombre lamentable.
De alguna forma, justificamos el mundo (mi representación de él) en el que vivimos. Un mundo desafortunado, dígolo con suave ironía, donde las decisiones importantes casi nunca se toman y las baladíes no paran de tomarse; donde los hombres hablan y hablan y se alaban y se abrazan mientras la injusticia (que no es ninguna forma sutil de nombrar la cosa en sí) sigue campando por los campos, desiertos, valles, montañas y ciudades del mundo.
Y si hablas con grandes palabras te llaman demagogo, de lo cual ya escribí en su momento y si te ciñes a un hecho concreto te espetan eso de que no puedes definir el todo por la parte, con lo cual nunca puedes llamar a las cosas por su nombre sin que te venga el listo de turno para, retóricamente, ponerte en tu sitio. ¡Y, vive Dios, que te pone!
No hablar sería entonces la única vía revolucionaria.
No hablar por nunca jamás de esta apariencia de las cosas.
No pronunciar hasta el último suspiro las obviedades que en el país de los ciegos nadie ve (quizás algún adivino).
Lamentarse en silencio por los niños perdidos en los desiertos.
Lamentarse por los torturados.
Atender al que se encuentre cerca.
Escribir un verso una tarde verano mientras escuchas Kathy's song de Simon & Garfunkel.
Abrazar un cuerpo precario y lamentable que se ha despertado en la noche presa de una pesadilla.
Esas cosas que todos aplaudirán, que nadie pondrá en entredicho. Esas cosas incluso que la natural modestia hace que ni cuentes.
Hoy en cambio, desde esta tribuna que pago cada año, quiero denunciar la apariencia de las cosas y rogar a quien esto lea que sepa que somos puro engaño (ahora he silbado las primeras notas de una canción de Tom Waits: and I hope that don't fall in love whith you...) que existe la manipulación de las masas, que somos masa, que somos como ya dije también parangonando a Toynbee ganado humano listo para sacrificar cuando sea necesario y que nuestra única fortuna es el tiempo.
Quiero asegurar que el esfuerzo no es para tanto. Que nada merece en la vida una cultura del esfuerzo y la lucha. Y que si alguien viene a espolearte haciéndote ver lo poco que haces (o lo mal que lo haces) calles, mires al suelo y digas, profundamente arrepentido: Me cachis.
Hay en esta tragedia algo que huele a bufonada (muchos pensadores lo vieron y muchos artistas. Por eso ambas categorías serán siempre dignas de no ser enterradas en sagrado), a gran estafa cuya imagen más exacta sería la del obrero votando por el partido de los empresarios; hay en esta tragedia con el destino del ritual de la matanza de los más débiles, la sonrisa bárbara del que bebe en copa de cristal y abre el baile de salón con la primera dama. En esta tragedia los poderosos huelen a grasa humana y lo disimulan con esencias de flor. La apariencia, entonces, es la esencia de flor. Atención pues a los perfumes.
Me dice Isaac Alexander que hoy no le coloque esta perorata. Está cansado, me dice, de palabras y tallas. Ahora sólo disfruta cuando ríe y no hiere a nadie.
Vale.
Me intereso por la palabra precariedad la cual implica inseguridad, deficencia y escasez. Y así, sobre esta base, deduzco el juicio ético que sobre los hombres debió de tener Espriu según la interpretación de Navarro (que así se construye el mundo).
El hombre precario.
El hombre lamentable.
De alguna forma, justificamos el mundo (mi representación de él) en el que vivimos. Un mundo desafortunado, dígolo con suave ironía, donde las decisiones importantes casi nunca se toman y las baladíes no paran de tomarse; donde los hombres hablan y hablan y se alaban y se abrazan mientras la injusticia (que no es ninguna forma sutil de nombrar la cosa en sí) sigue campando por los campos, desiertos, valles, montañas y ciudades del mundo.
Y si hablas con grandes palabras te llaman demagogo, de lo cual ya escribí en su momento y si te ciñes a un hecho concreto te espetan eso de que no puedes definir el todo por la parte, con lo cual nunca puedes llamar a las cosas por su nombre sin que te venga el listo de turno para, retóricamente, ponerte en tu sitio. ¡Y, vive Dios, que te pone!
No hablar sería entonces la única vía revolucionaria.
No hablar por nunca jamás de esta apariencia de las cosas.
No pronunciar hasta el último suspiro las obviedades que en el país de los ciegos nadie ve (quizás algún adivino).
Lamentarse en silencio por los niños perdidos en los desiertos.
Lamentarse por los torturados.
Atender al que se encuentre cerca.
Escribir un verso una tarde verano mientras escuchas Kathy's song de Simon & Garfunkel.
Abrazar un cuerpo precario y lamentable que se ha despertado en la noche presa de una pesadilla.
Esas cosas que todos aplaudirán, que nadie pondrá en entredicho. Esas cosas incluso que la natural modestia hace que ni cuentes.
Hoy en cambio, desde esta tribuna que pago cada año, quiero denunciar la apariencia de las cosas y rogar a quien esto lea que sepa que somos puro engaño (ahora he silbado las primeras notas de una canción de Tom Waits: and I hope that don't fall in love whith you...) que existe la manipulación de las masas, que somos masa, que somos como ya dije también parangonando a Toynbee ganado humano listo para sacrificar cuando sea necesario y que nuestra única fortuna es el tiempo.
Quiero asegurar que el esfuerzo no es para tanto. Que nada merece en la vida una cultura del esfuerzo y la lucha. Y que si alguien viene a espolearte haciéndote ver lo poco que haces (o lo mal que lo haces) calles, mires al suelo y digas, profundamente arrepentido: Me cachis.
Hay en esta tragedia algo que huele a bufonada (muchos pensadores lo vieron y muchos artistas. Por eso ambas categorías serán siempre dignas de no ser enterradas en sagrado), a gran estafa cuya imagen más exacta sería la del obrero votando por el partido de los empresarios; hay en esta tragedia con el destino del ritual de la matanza de los más débiles, la sonrisa bárbara del que bebe en copa de cristal y abre el baile de salón con la primera dama. En esta tragedia los poderosos huelen a grasa humana y lo disimulan con esencias de flor. La apariencia, entonces, es la esencia de flor. Atención pues a los perfumes.
Me dice Isaac Alexander que hoy no le coloque esta perorata. Está cansado, me dice, de palabras y tallas. Ahora sólo disfruta cuando ríe y no hiere a nadie.
Vale.