Caritas romana. Peter Paul Rubens. 1612
Podría decirlo en el nombre de dios, el compañero, el que alerta, el que alienta, el que escucha; podría acudir a ese emblema del destino; tratarlo como a un loco silvestre, un Dioniso que bate su locura en el aire con sarmientos; podría acercarme a un sentido de la historia o sonreír –yo creo que sonreía- con Jung e iniciar mis memorias con un: Mi interpretación de lo ocurrido es la siguiente; podría contemplar este vasto mundo (el que va desde el primer paso cuando bajo a la calle hasta la primera y ligera curva a la derecha a unos ciento cincuenta y dos metros); podría aventurarme en los ojos del perro, quedarme en ellos como si la aurora decidiera detenerse y dejar en el cielo un asombro rosa interminable; podría marearme; podría susurrar una letanía (a ser posible hermosa) o recordar (con el mismo aire) los versos de Gil Biedma que describen su descubrimiento del sentido de la vida; podría beber; ¿podría haber decidido que el dolor abdominal de esta tarde se hubiera convertido en una recaída?; ¿podría creer en la biografía de la enfermedad?; podría acercarme y mirarlos a la cara con la seriedad propia de quien ha pensado demasiado en algo; podría morir esta misma noche mientras musito, Es sábado.