Incendies
Podremos llegar al perdón. El perdón. Sobre el miedo, el abandono y el dolor.
¿Cuándo acaba la historia de un hombre? Yo diría que acaba con la ignorancia de él. La muerte no acaba con la vida, con la vida acaba la ignorancia.
¿Y durante la vida? Puedo decir que esta noche es una de las últimas en la que mis dedos se mueven y navegan por este teclado que nunca llegué a controlar con los diez dedos. Yo que tanto he tecleado quizá con la ingenua intención de que la ignorancia de mí llegue muy, muy tarde; a tanto debe alcanzar la estima que me tengo.
Los individuos nos hundimos en nosotros mismos, pagados de nosotros mismos. No somos gacelas abandonadas a su última suerte entre las fauces del león, sin ira, sin lucha, sin dolor, entregada, tranquila. El individuo humano lucharía, se desesperaría, patalearía hasta su último aliento. La vida como lucha. La vida como única. La vida como tesoro. Y aún más, aún más: la recompensa de un Dios, de un más allá, los paraísos después del infierno. Porque el mundo es el infierno por eso se promete el paraíso.
He visto Incendies y ahora escucho tras de mí una nueva historia de la infamia humana; dicen los optimistas, los que se llaman ahora pensadores positivos, dicen que vivimos en el mejor de los mundos que han sido. No puedo, en mi representación del mundo, estar de acuerdo; hay algo que me suena a impostura, a venta al por mayor de esperanza; creo más bien que el mundo es el mundo con toda su belleza y todo su horror y que la balanza entre ambas no ha cambiado mucho; existe un equilibrio constante en la ley sin justicia de la vida y esa ley sin justicia, ese paradójico desequilibrio es quizás el mayor perturbador de las mentes, el mayor generador de belleza -sea lo que sea esa palabra huraña a la claridad- y al mismo tiempo el caldo de cultivo de las mayores atrocidades y así horror y belleza se unen en el fiel de la balanza de la vida.
Vivir y sufrir; vivir y gozar.
Esta noche elevo mi voz para todos aquellos que en este mismo instante están siendo maltratados; escribo para que el miedo de los que ahora sufren deje paso al descanso; escribo y cada letra es una caricia para todos y cada uno de los cuerpos que están siendo arrasados; escribo cuando un nuevo día comienza sabiendo que el Mundo es el mundo y que nadie podrá nunca determinar qué es.
La verdad depende de las épocas.
¿Cuándo acaba la historia de un hombre? Yo diría que acaba con la ignorancia de él. La muerte no acaba con la vida, con la vida acaba la ignorancia.
¿Y durante la vida? Puedo decir que esta noche es una de las últimas en la que mis dedos se mueven y navegan por este teclado que nunca llegué a controlar con los diez dedos. Yo que tanto he tecleado quizá con la ingenua intención de que la ignorancia de mí llegue muy, muy tarde; a tanto debe alcanzar la estima que me tengo.
Los individuos nos hundimos en nosotros mismos, pagados de nosotros mismos. No somos gacelas abandonadas a su última suerte entre las fauces del león, sin ira, sin lucha, sin dolor, entregada, tranquila. El individuo humano lucharía, se desesperaría, patalearía hasta su último aliento. La vida como lucha. La vida como única. La vida como tesoro. Y aún más, aún más: la recompensa de un Dios, de un más allá, los paraísos después del infierno. Porque el mundo es el infierno por eso se promete el paraíso.
He visto Incendies y ahora escucho tras de mí una nueva historia de la infamia humana; dicen los optimistas, los que se llaman ahora pensadores positivos, dicen que vivimos en el mejor de los mundos que han sido. No puedo, en mi representación del mundo, estar de acuerdo; hay algo que me suena a impostura, a venta al por mayor de esperanza; creo más bien que el mundo es el mundo con toda su belleza y todo su horror y que la balanza entre ambas no ha cambiado mucho; existe un equilibrio constante en la ley sin justicia de la vida y esa ley sin justicia, ese paradójico desequilibrio es quizás el mayor perturbador de las mentes, el mayor generador de belleza -sea lo que sea esa palabra huraña a la claridad- y al mismo tiempo el caldo de cultivo de las mayores atrocidades y así horror y belleza se unen en el fiel de la balanza de la vida.
Vivir y sufrir; vivir y gozar.
Esta noche elevo mi voz para todos aquellos que en este mismo instante están siendo maltratados; escribo para que el miedo de los que ahora sufren deje paso al descanso; escribo y cada letra es una caricia para todos y cada uno de los cuerpos que están siendo arrasados; escribo cuando un nuevo día comienza sabiendo que el Mundo es el mundo y que nadie podrá nunca determinar qué es.
La verdad depende de las épocas.