Hay en el diario vivir la inconsistencia de los borbotones y el amarillo de la ojera y lo consuetudinario que es una palabra asaz antipática. La vida se aleja algunos martes por la noche y también algunos lunes por la noche; es un acabamiento que tiene la suerte de la resurrección. Hay que resurgir -se dice- aunque en la oreja haya la latencia del escarnio o más pedestre: un rapapolvo.
Cuando se queda callado y mira la noche, las palabras destilan aún algo de azufre y siente en sus manos la herida que se hizo por la tarde. ¿Por qué ocurre? Mañana se habrá ido y el mundo olvidará su presencia como ha de ser. Y aunque se mantiene inmóvil ante la constatación, quisiera también, en ocasiones, cuando se encuentra en lo alto del pedestal y el animal se le viene de frente, hacer un salto magnífico, mortal con tirabuzón sobre el lomo de la bestia, y luego salir corriendo por la puerta de chiqueros, dejando a la plaza muda y al toro huérfano de enemigo. Y salir al aire y correr, despavorido, y a cada zancada desnudarse y desnudo llegar hasta el mar y en el mar agarrarse a la aleta dorsal del delfín y sobre él atravesar la inmensa extensión del mundo para no volver nunca más, nunca, nunca más al pedestal; y si pudiera cumplir; y si pudiera navegar sobre el lomo del delfín, bocarriba sobre el océano, contemplando el curso de las estrellas, en todo semejantes al elemento en el que se encuentra y morir ahogado y feliz y caer dulcemente al lecho marino y permanecer inmóvil y mordisqueado de a poquitos, tan alejado del toro y sus cuernos, tan lejos de la plaza y sus vítores, sin medallas, sin regocijo, sin palabras; oculto al final su esqueleto por una alfombra de arena y corales, sabiéndose haber sido alimento de peces carnívoros que ahora recorren otros mundos, se fijan en otros alimentos, se reproducen sin consuelo y sin alerta y vagan con la elegancia de las aguas y el silencio de los puros; animales acuáticos sin cornamenta y sin mugidos. Obscuridad abisal sentirá cuando se calme su ansia y verdes iridiscentes y sensación de alga y materia de sal y espuma sin contaminar si su esqueleto, batido por una marejada profunda, altera su reposo y lo empuja hasta las costas del otro lado, a un arrecife peligroso y puntiagudo y quedarse allí varado y pasados los siglos verse coronado por el hallazgo de una anémona de mar, tan sibilina como la apuesta y el ahorcado.