Estuve allí. En algún momento sentí la dicha de percibir. Es una emoción intensa. Sabe a sal. Estuve allí y vi el atardecer mientras olía la mar a espera, a constante vaivén de una idea. ¡Vaya si estuve! Ahora ha vuelto a girarse el aire y se ha burlado de mí, de mi sorpresa, del tropiezo. ¿Qué es el sur?
A veces es la extrañeza extrema, ésa que nos deja con la boca entreabierta, absortos en una imagen mental que se ve mejor si inclinamos y ladeamos un poco el cuello hacia su lado natural; a veces es una ternura cuyo límite sería el miedo o cualquier otro tipo de parálisis; a veces es congoja; otras...
¿Sólo gimnasia? Entonces ¿el fracaso existe? ¿quedamos en eso? ¿Y Homero? ¿La labor ha sido vencida? ¿No podría ser una elección que no ha sido programada por la mente sino por un afán que estaba ahí, una miasma con alma si quieres, que se hubiera introducido en el organismo al inhalar el aire de un salón en otoño a través de cuyas paredes de cristal se puede ver un jardín de arces en plena decadencia del color en sus hojas? Una elección del alma cósmica digo, una elección arbitraria e inconsciente.
A punto de saltar la trascendencia estuve. No me rompí del todo tan sólo me quedé quebrado.
¿Recuerdas que estuvimos juntos en el sur? Los dos sabíamos lo que era el sur. Si decíamos sur entendíamos lo mismo. Encajábamos el sur en su contexto con la naturalidad propia de los naturales de una lengua. También tus ojos. También nuestras miradas, esa lengua también la compartíamos. ¿Recuerdas aquellos días de julio en el suroeste? Las tardes. Los juegos. La risa. El cansancio. Cierto tedio. ¿Fue allí el principio? ¿Recuerdas que estuvimos juntos en el sur?