Antonio Llopis
No fueron muchas veces. No fue de esas amistades de a diario. Ni tan siquiera fue una amistad de muchos años (si doce años no son muchos). Sin peros ayer sentí su muerte y más si añado a ese término ese otro del suicidio. El domingo cuando entraba una parte del mundo en el invierno, él entró en la tercera parte de su vida. Se encaramó como pudo (mal hubo de poder. Era ya mayor, unos sesenta y cuatro años mal llevados. Años zarrapastrosos, años desangelados, con dejadez del cuerpo y quizá del ser desde hacía más de diez y aún así buscó con otro amigo que era lo opuesto a él un camino de conocimiento y de paz que le llevara a no dejarse perder) por las cristaleras que han puesto en el Viaducto de la ciudad de Madrid y se lanzó al vacío y llegó hasta su muerte. Poco antes le habían visto acodado en un bar de la calle Mayor de la ciudad de Madrid bebiéndose un vino tinto. Tan sólo él sabía que era el último. El bar se llama Los Alpes. El anduvo aquella noche del domingo cuando el invierno era más oscuro y más lleno de presagios que aquel invierno de nuestra desventura de Ricardo III y hablo de teatro y recuerdo a Shakespeare porque él era un hombre de teatro y de los grandes. Quizá por eso he llegado a pensar que se suicidó el primer día del invierno como un último homenaje al arte que más amó. El que se había convertido en un Ricardo III a solas con su locura, siempre vestido con un mono de mecánico, de verbo brioso e ideas brillantes. A la gente interesante la vida le suele doler. Quizá porque ven las posibilidades del vivir y se tropiezan después con la realidad de estar vivo. No sé, no sé si ni siquiera pensaba en estas cosas. No sé qué piensa un hombre cuando cruza la calle Mayor con la calle Bailén de la ciudad de Madrid, tuerce a la izquierda y se dirige hacia su personal patíbulo, hacia el segundo de su muerte por él elegido. No sé qué piensa cuando salta. Ni siquiera sé si salta cuando piensa o salta, justamente, porque ha dejado de pensar y por lo tanto ya no existe. En todo caso espero que su último vuelo haya sido gozoso. Le alabo su valentía. Ajusticiarse uno mismo no lo puede hacer un cobarde.