Eran sus manos atentas;
su mirada vagaba
del vaso a mi boca
y de mi boca al mundo.
Era su talle lento,
como el mecerse del junco
a merced de un viento,
el que albergaba mi brazo.
Era ella,
joven y madura
a un tiempo,
quien sentía el requiebro
de mi sonrisa bajo el castaño.
Era su pecho
el que exhalaba un gemido
chiquito, sin ausencias,
mientras el mundo se resumía
en el clamor de un picaporte.
Y así transcurría entre ella y yo
eso que nos lleva.
su mirada vagaba
del vaso a mi boca
y de mi boca al mundo.
Era su talle lento,
como el mecerse del junco
a merced de un viento,
el que albergaba mi brazo.
Era ella,
joven y madura
a un tiempo,
quien sentía el requiebro
de mi sonrisa bajo el castaño.
Era su pecho
el que exhalaba un gemido
chiquito, sin ausencias,
mientras el mundo se resumía
en el clamor de un picaporte.
Y así transcurría entre ella y yo
eso que nos lleva.