Sin título
La primera partida de ajedrez la juega C. contra M. Gana C. pero con más dificultades de las que cabría esperar; la segunda partida la juego yo, F., contra M. Estoy nervioso porque me fastidiaría perder con alguien que sé que juega mucho peor que yo. Empieza la partida. Me veo jugar. Estoy a la derecha de mí. Parece que estoy jugando muy bien y escribo parece porque no logro ver mis movimientos. Gano a M. en pocas jugadas y con unos movimientos que deben construir una celada porque M. exclama algo así como, ¡Vaya, qué bárbaro!
Ya no está M. Estoy con C. en la casa de sus padres. En la sala. Pero la sala es mucho más grande de lo que en realidad era. La madre de C., J., está exactamente igual que cuando la conocí. Creo que lleva un vestido de color verde botella. Nos sirve un té, casi seguro que es un té. Poco después aparece el padre de C., L., completamente desnudo aunque lleva su cachimba en la boca y las gafas puestas. Es natural que L. esté desnudo. En nada nos altera. Nada nos extraña. Lo único que me llama la atención es lo parecido que es el sexo de L. al mío porque lo llego a pensar antes de que me comente que se ha comprado el último libro de Umberto Eco y me pregunta si lo he leído. Antes de contestarle, J. me acerca el libro. Sólo recuerdo que el título es muy largo y creo que va entre interrogaciones.. entonces la escena se desvanece.
En el final de todo y por lo tanto en el principio de algo. En aquellos tiempos decía, El principio de una obra dramática es el final de algo y el final de esa obra dramática es el principio de algo. También decía: la palabra mágica del drama es NO.
Así han pasado los años. Recuerdo a Winston, personaje protagonista de 1984, la sensación de vacío que le inundaba cuando era consciente de que el Poder podía borrar toda su existencia... ¿No sabía entonces Winston que habría un tiempo en el que todas las existencias habrán sido borradas? ¿No quedará ni un fósil de lo que somos? Ese pensamiento ¿no es acaso pura angustia existencial? Postmodernidad pura.
Me asalta la ausencia en estos primeros días de enero. Jano, pienso. Luego reprimo los pensamientos que venían a derivarse de Jano para poder concentrarme en la escritura. Ni siquiera anticipo el fango asqueroso en el que la nieve se convertirá en pocos días. Aquella nieve de blancura insultante... aquella nieve... Fango. Mierda que es lo que debe arrastrar el agua que cae por la tubería que corre tras la pared frente a la que escribo. Probablemente la mierda de la vecina del segundo que es una mujer tonsurada como fraile franciscano pero sin amor a la natura.
Sí, hoy es una queja. No leas esto L. (está frase la pondré en la entradilla) No te vendrá bien. Ahora vuelvo a Quentin. Cómo me hace sufrir. Demasiadas semejanzas (había olvidado la palabra semejanza, había encontrado similitud pero yo quería semejanza). Estos años. La vuelta del fascismo a Occidente. ¡Qué pronto vuelve el Terror! ¡Qué pronto se olvida! Vuelvo a Quentin. Ahora está con Maggie... Maggie... Marilyn... Quentin habla con una verdad terrible y Maggie no soporta escucharlo. No sé si será la verdad pero es una verdad que pone los pelos de punta. La verdad del poder en las relaciones de pareja. Las miserias de los seres humanos que no saben hacerse felices o cuando menos no culpables, no, no culpables. De eso habla Quentin, él que también ha participado de esa ceremonia de interior. Entonces Maggie le recuerda lo que leyó un día, en un cuaderno, estaba encima de su escritorio, algo que había escrito Quentin: La única persona a la que amaré en mi vida será a mi hija. Ojalá yo hallara una forma digna de morir. Maggie se lo escupe a la cara y le dice, como si hablara a un invisible juez, que eso fue lo que la mató.
Entonces Quentin le cuenta por qué escribió eso. Una fiesta. Hombres. No sabía si se había acostado con alguno. Se avergonzó de ella pero lo más terrible fue cuando Maggie le acusó de lo mismo que le acusaba Louise: de ignorarla, de ningunearla y entonces pensó que él era incapaz de amar. Y por eso lo escribió. Era incapaz de amar... excepto a su hija. Tras la confesión Quentin le pregunta a Maggie qué más quiere y ella le responde, Que me quieras y hagas lo que te pida y que quites esa duna de ahí para escuchar el mar mientras follamos.
La escena llega a la lucha física por una frasco de pastillas y por la vida y es tal la violencia, lo contenido, que casi Quentin ahoga con sus propias manos a Maggie... y a su madre (en escena paralela con el día del barquito velero).
Maggie se aleja gateando de él. Un último instante de desolación y terror de Maggie (a la que tantos hombres han intentado matar) antes de caer dormida, encogida, en el suelo, en un rincón.
El día se aleja. Hoy tendré menos miedo. Quizá porque recuerdo que en Port Bou, hace un suspiro en el tiempo, Walter Benjamin esperaba un visado con el que poder huir de los nazis. Llegó un momento en el que lo vio todo perdido. La última noche de su vida. Estaba convencido de que nunca le darían el visado y sería entregado a los nazis y como judío que era sería llevado a un campo de concentración y allí sufriría probablemente más que Primo Levi. Así es que se suicidó. A la mañana siguiente le llegó, sellado, el visado con el que habría podido huir del Terror. Así es que podría decir que Walter Benjamin, el mayor y más audaz crítico literario de todos los tiempos, -como escribió sobre él años más tarde Alessandro Baricco- no se suicidó sino que fue el Terror quien lo mató. Por Walter y por los que murieron como él y por los que morirán como él hoy y por los que no podrán resistir mañana, hoy 13 de enero de 2021, intentaré vivir sin miedo.
Ya no está M. Estoy con C. en la casa de sus padres. En la sala. Pero la sala es mucho más grande de lo que en realidad era. La madre de C., J., está exactamente igual que cuando la conocí. Creo que lleva un vestido de color verde botella. Nos sirve un té, casi seguro que es un té. Poco después aparece el padre de C., L., completamente desnudo aunque lleva su cachimba en la boca y las gafas puestas. Es natural que L. esté desnudo. En nada nos altera. Nada nos extraña. Lo único que me llama la atención es lo parecido que es el sexo de L. al mío porque lo llego a pensar antes de que me comente que se ha comprado el último libro de Umberto Eco y me pregunta si lo he leído. Antes de contestarle, J. me acerca el libro. Sólo recuerdo que el título es muy largo y creo que va entre interrogaciones.. entonces la escena se desvanece.
En el final de todo y por lo tanto en el principio de algo. En aquellos tiempos decía, El principio de una obra dramática es el final de algo y el final de esa obra dramática es el principio de algo. También decía: la palabra mágica del drama es NO.
Así han pasado los años. Recuerdo a Winston, personaje protagonista de 1984, la sensación de vacío que le inundaba cuando era consciente de que el Poder podía borrar toda su existencia... ¿No sabía entonces Winston que habría un tiempo en el que todas las existencias habrán sido borradas? ¿No quedará ni un fósil de lo que somos? Ese pensamiento ¿no es acaso pura angustia existencial? Postmodernidad pura.
Me asalta la ausencia en estos primeros días de enero. Jano, pienso. Luego reprimo los pensamientos que venían a derivarse de Jano para poder concentrarme en la escritura. Ni siquiera anticipo el fango asqueroso en el que la nieve se convertirá en pocos días. Aquella nieve de blancura insultante... aquella nieve... Fango. Mierda que es lo que debe arrastrar el agua que cae por la tubería que corre tras la pared frente a la que escribo. Probablemente la mierda de la vecina del segundo que es una mujer tonsurada como fraile franciscano pero sin amor a la natura.
Sí, hoy es una queja. No leas esto L. (está frase la pondré en la entradilla) No te vendrá bien. Ahora vuelvo a Quentin. Cómo me hace sufrir. Demasiadas semejanzas (había olvidado la palabra semejanza, había encontrado similitud pero yo quería semejanza). Estos años. La vuelta del fascismo a Occidente. ¡Qué pronto vuelve el Terror! ¡Qué pronto se olvida! Vuelvo a Quentin. Ahora está con Maggie... Maggie... Marilyn... Quentin habla con una verdad terrible y Maggie no soporta escucharlo. No sé si será la verdad pero es una verdad que pone los pelos de punta. La verdad del poder en las relaciones de pareja. Las miserias de los seres humanos que no saben hacerse felices o cuando menos no culpables, no, no culpables. De eso habla Quentin, él que también ha participado de esa ceremonia de interior. Entonces Maggie le recuerda lo que leyó un día, en un cuaderno, estaba encima de su escritorio, algo que había escrito Quentin: La única persona a la que amaré en mi vida será a mi hija. Ojalá yo hallara una forma digna de morir. Maggie se lo escupe a la cara y le dice, como si hablara a un invisible juez, que eso fue lo que la mató.
Entonces Quentin le cuenta por qué escribió eso. Una fiesta. Hombres. No sabía si se había acostado con alguno. Se avergonzó de ella pero lo más terrible fue cuando Maggie le acusó de lo mismo que le acusaba Louise: de ignorarla, de ningunearla y entonces pensó que él era incapaz de amar. Y por eso lo escribió. Era incapaz de amar... excepto a su hija. Tras la confesión Quentin le pregunta a Maggie qué más quiere y ella le responde, Que me quieras y hagas lo que te pida y que quites esa duna de ahí para escuchar el mar mientras follamos.
La escena llega a la lucha física por una frasco de pastillas y por la vida y es tal la violencia, lo contenido, que casi Quentin ahoga con sus propias manos a Maggie... y a su madre (en escena paralela con el día del barquito velero).
Maggie se aleja gateando de él. Un último instante de desolación y terror de Maggie (a la que tantos hombres han intentado matar) antes de caer dormida, encogida, en el suelo, en un rincón.
El día se aleja. Hoy tendré menos miedo. Quizá porque recuerdo que en Port Bou, hace un suspiro en el tiempo, Walter Benjamin esperaba un visado con el que poder huir de los nazis. Llegó un momento en el que lo vio todo perdido. La última noche de su vida. Estaba convencido de que nunca le darían el visado y sería entregado a los nazis y como judío que era sería llevado a un campo de concentración y allí sufriría probablemente más que Primo Levi. Así es que se suicidó. A la mañana siguiente le llegó, sellado, el visado con el que habría podido huir del Terror. Así es que podría decir que Walter Benjamin, el mayor y más audaz crítico literario de todos los tiempos, -como escribió sobre él años más tarde Alessandro Baricco- no se suicidó sino que fue el Terror quien lo mató. Por Walter y por los que murieron como él y por los que morirán como él hoy y por los que no podrán resistir mañana, hoy 13 de enero de 2021, intentaré vivir sin miedo.