¿Es esto lo que nos calmará? La porosidad de la roca. La que exuda humedad. La que crea estalactitas. Este sonido de juguete. Este tacto de otro tacto.
¿Es el mediodía con lluvia? La que llena el embalse. La que nos augura el agua en verano. Y el deshielo cercano. En las altas montañas que se ven poniendo la mano sobre las cejas a modo de visera.
O el alejarse del Averno, esos lugares en los cuales a causa de sus emanaciones mefíticas provocaban la muerte de las aves que sobre ellos volaban.
Es el pájaro entonces. El pájaro vivo. El pájaro que bate sus alas.
¿Es en la sala oscura con pantalla?
¿Es la pantalla?
O sea la copa de vino. O sea la conversación por medio de la que fluyen pasados.
Deja la mano.
Recorre la uña.
Delinea las tres falanges. Mira con el tacto la geografía del nudillo. La inmensa geografía del nudillo.
Luego la humedad habrá dejado el agua suspendida del aire.
Despedirse.
Las máquinas.
Y no entender por qué en la isla de Cumas hay montes que humean, rellenos de sofocante auzfre y ricos en fuentes calientes.
La noche ha llegado.
La casa de siempre (siempre puede ser tan sólo veinte días).
El letargo de la mano desnuda.
La respiración que ha quedado convertida en sol que todo lo alumbra y funde al calor de sus rayos el frío de la noche argentina.