Mismo escenario que en la escena 10ª excepto que los añicos del espejo ya han sido recogidos.
EDGARDO:
Prevengo un cambio. Suena la tarde a postrimerías con su poco de invierno. No me han dolido las muelas. He corregido ciertos vicios al caminar. Sé casi a la perfección mirar la tarde. Lo que medie. Lo que se escabulle. Lo que se cuece. No voy a pensarlo. No voy a ir hacia atrás. El tiempo es lento y machacón. Percute sobre la almohada y justo donde la colcha se desvanece en hueco. No volveré a mentir. Diré no me acuerdo. Es cierto. No fue así. Pronunciaré estas frases sabiendo que en ninguna de ellas se oculta la verdad que yo recuerdo porque ésa es la debilidad de la verdad: siempre es recuerdo. Así si resultara mentira mi verdad sería resultado de su debilidad no de mi intención. Río. Sorbo. Me viene y se va. Ya el frío. Ya las noches y sus vendavales. Prevengo un cambio. Miles de luces. Miles de frases que te voy a decir. Miles de verdades. No fumaré. No comeré en exceso. Desgastaré. Me rozaré. Haré que mis músculos. Mis músculos y mis huesos y mis cartílagos y mis tendones, todos, todos, se muevan. Prevengo cismas en mi arquitectura. Ese beso entonces será bienvenido. La amabilidad del extraño será recibida con profunda emoción. Eso es todo. Hasta aquí he llegado. La vida era esto. He leído y lo seguiré haciendo. Todo lo demás es recuerdo. Ahora voy a cruzarme de brazos. Voy a encender la televisión para observar la pericia de unos hombres metiendo bolas en troneras mediante carambolas. La noche era esto. No me arrepiento. Llegué hasta donde pude. Hice el esfuerzo. Mañana lo intentaré de nuevo. Me llamo Edgardo. No me arrepiento. Juro por lo que creí que no me arrepiento. Ahora quisiera terminar pronunciando la palabra mar. Hablaré del mar mañana. Hablaré del mar.
TELÓN