Mismo escenario que en la escena 9ª
Fernando ha cogido el espejo de cara y se mira en él con gesto de profunda decepción.
FERNANDO:
En el día de hoy, vencido y desarmado, dejo de llamarme Fernando y paso a llamarme Edgardo.
EDGARDO:
Me admira la inconsistencia... hace un par de minutos hete aquí que me llamaba Fernando y ahora... ahora... Edgardo... ¿Hasta cuándo? me pregunto mientras por mis mejillas corren las lágrimas que nunca pude soltar llamándome como antiguamente me llamaba. Ya no viviré en el mismo lugar. Me sentaré de otro modo. Quizá mis ademanes sean más académicos y adquiera un leve ceceo cuando me encuentre cansado. ¡Adiós, Fernando! ¡Cantaremos por ti unas vísperas! Pondremos en el aparato correspondiente el Oficio de Tinieblas de Tomás Luis de Victoria que nunca dejó de llamarse Tomás Luis de Victoria por más que atravesara alguna mala racha. ¿Por qué tú, oh cobarde, reniegas de tu nombre al primer problemilla sobre identidad que se te presenta? ¿Te crees más que un Teodoro W. Adorno que nunca abandonó tan decorativo apellido? y ¿qué decir de Emil el más desdichado de los hombres? o María Estuardo cuya piedad no le alcanzó para mantener la cabeza sobre sus hombros, ¿acaso ella pidió cambiarse el nombre por ejemplo por el de Isabel? No, no lo hizo. Porque los tenía bien puestos. Porque la desgracia no iba a alterar ni una sola letra de su divinal nombre. Tú no eres como ellos. Cuando llega el invierno de tu desventura, nuevo Ricardo, desertas de tu nombre y eliges otro que, curiosamente, no anda demasiado lejos del antiguo (fonéticamente hablando, claro). ¡Miserable! ¡Cobarde Edgardo! Quiera Dios que tu castigo no sea el Infierno aunque lo merezcas porque dos son los únicos pecados del hombre: la impaciencia y la pereza y de ambos has hecho gala al renunciar a tus orígenes porque en tu nombre está tu origen y quien se desdice de él siempre será un bastardo en el cielo. ¡Calla, Edgardo! Nada digas ahora. No pronuncies palabra alguna. La noche te dará tu medicina. La memoria será tu tratamiento y quizás algún sanes y vuelvas con orgullo a tus orígenes y pidas con voz alta y calra que vuelvan a llamarte con el nombre que en la pila bautismal pronunció el sacerdote, Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con los nombres de Fernando Pablo Expedito de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos. ¡Cerdo canalla! ¡Traidor a tu casta! ¡Malnacido seas, Edgardo de mis entretelas!
EDGARDO estrella el espejo de cara contra el suelo, se descalza y empieza a pisotear los añicos del espejo. Sangre y reflejo. Risa y espanto. El mundo celebra la llegada de un nuevo nombre.
TELÓN