Estoy roto de sal
como si quedara en mi piel tu rastro de cristal blanco
Yo vengo desierto en la gran ciudad porque soy de la gran ciudad;
no lejos del lugar donde se derrumba un edificio y alguien llora;
no lejos de la cuarta letra;
cerca del café donde se hablaba y al fondo –en veladores de luz amarilla- los amantes primerizos se cogían de las manos y el mundo empezaba, con ese gesto, a funcionar de nuevo
Estoy con la mirada perdida en la pared de enfrente –distante de mí unos siete metros- para ver si descubro por qué la sombra de una silla me recuerda a tu pecho pero no a tu pecho siempre sino a tu pecho una tarde en la que el vino había hecho de las suyas y el tacto tenía la consistencia del tanino –tu pezón duro como la masa de los bizcochos a punto de horno-
Estoy tan lejos que te abrazo por dentro
Soy tan de ciudad que me entretengo contando intervalos de semáforos y coches rojos
Soy de tan ciudad que me parece extemporáneo dedicarte un soneto, a ti, perra, que me dejaste una tarde de julio cuando el calor agobiaba tanto que ni la pena supuso un jarro de agua fría
Soy tan de ciudad que me excita recordarte vuelta tú de espaldas, soñando con mis pies –era una tarde marzo-
Soy craquelado de sal
Cuando tú debes de estar caminando por el pueblo costero del sur y tu pelo ya se va ensortijando y el faro y su farero se mantienen a la distancia
Soy reverso de abril y capitán de nobarco; soy herético y juro que existe, en nosotros, el sistema circulatorio menor... sólo te pido que jamás me llames Miguel
Así me invade la gran ciudad
Así tu ausencia es una avenida a las cuatro y media de la madrugada un dos de enero
Ni las naranjas
ni las cámaras soportan mi escrutinio porque al ser antiguo hay en mi mirada lo profundo de los siglos y a las naranjas eso (y a las cámaras) les inquieta mucho
Perra te llamé, no lo tomes como insulto
Hoy tu abandono es más deslavazado
Intento tener la melodía de la ciudad como reclamo
Y sujetar con fuerza las imágenes automáticas
Ningún día es igual a otro
Y el arte nace hoy como murió ayer
como si quedara en mi piel tu rastro de cristal blanco
Yo vengo desierto en la gran ciudad porque soy de la gran ciudad;
no lejos del lugar donde se derrumba un edificio y alguien llora;
no lejos de la cuarta letra;
cerca del café donde se hablaba y al fondo –en veladores de luz amarilla- los amantes primerizos se cogían de las manos y el mundo empezaba, con ese gesto, a funcionar de nuevo
Estoy con la mirada perdida en la pared de enfrente –distante de mí unos siete metros- para ver si descubro por qué la sombra de una silla me recuerda a tu pecho pero no a tu pecho siempre sino a tu pecho una tarde en la que el vino había hecho de las suyas y el tacto tenía la consistencia del tanino –tu pezón duro como la masa de los bizcochos a punto de horno-
Estoy tan lejos que te abrazo por dentro
Soy tan de ciudad que me entretengo contando intervalos de semáforos y coches rojos
Soy de tan ciudad que me parece extemporáneo dedicarte un soneto, a ti, perra, que me dejaste una tarde de julio cuando el calor agobiaba tanto que ni la pena supuso un jarro de agua fría
Soy tan de ciudad que me excita recordarte vuelta tú de espaldas, soñando con mis pies –era una tarde marzo-
Soy craquelado de sal
Cuando tú debes de estar caminando por el pueblo costero del sur y tu pelo ya se va ensortijando y el faro y su farero se mantienen a la distancia
Soy reverso de abril y capitán de nobarco; soy herético y juro que existe, en nosotros, el sistema circulatorio menor... sólo te pido que jamás me llames Miguel
Así me invade la gran ciudad
Así tu ausencia es una avenida a las cuatro y media de la madrugada un dos de enero
Ni las naranjas
ni las cámaras soportan mi escrutinio porque al ser antiguo hay en mi mirada lo profundo de los siglos y a las naranjas eso (y a las cámaras) les inquieta mucho
Perra te llamé, no lo tomes como insulto
Hoy tu abandono es más deslavazado
Intento tener la melodía de la ciudad como reclamo
Y sujetar con fuerza las imágenes automáticas
Ningún día es igual a otro
Y el arte nace hoy como murió ayer