El día que cayó la tromba de agua sobre la pequeña ciudad de Linz que provocó el desbordamiento del Danubio y la muerte por ahogamiento de unos chiquillos que estaban jugando a la rayuela muy cerca de una de sus riberas, Hanna y yo hicimos un pacto de sangre. Sólo quedaban tres días para que terminaran mis vacaciones. Era viernes. Yo apenas podía imaginar que al lunes siguiente ya no vería el cuerpo blando de Hanna en la mañana cuando entraba en la cocina y besaba a la tata Magdeleine; me entraba una congoja -alud cuando inicia su descenso desde un cumbre muy lejana, y lenta pero constante su velocidad aumenta, su masa aumenta y el rugir de la nieve en pendiente aumenta- invencible cuando era consciente de que ya no iría a hurtadillas a su habitación para seguir dibujándola y pensaba -cuando podía dejar de sentir- en que su ausencia iba a ser para mí la oscuridad del mundo.
La oscuridad del mundo, repitió Pepa. Se levantó de la butaca y me pidió un receso en mi historia; necesitaba -me dijo- algo de aire frío en la nuca; necesitaba, me dijo, un instante de soledad. Mientras Pepa se ausentó yo pensé en cómo organizar los pocos momentos que me quedaban con Hanna: su llanto por la muerte de los niños; la impresión que le causó la fugacidad de la vida; lo insensato que era pensar en lo futuro; el paseo que nos dimos por el jardín de su casa bajo la furia desatada de los cielos; el beso bajo las ramas de un abeto en nuestros labios mojados y cómo al apretarnos nuestros cuerpos fríos parecían transmitirnos un calor salvaje; la cita que me pidió aquella noche, en su alcoba y la petición que quería hacerme... Volvió Pepa y me preguntó, ¿Cómo estaba decorada la alcoba? Y ante aquella pregunta apareció de repente, como si me hubiera trasladado hasta allí en aquel momento, la alcoba de Hanna. Era -le dije- una estancia muy amplia. Las paredes estaban decoradas con un papel pintado con pájaros y vegetación tropicales; en el suelo una alfombra de fibras traída de Filipinas, un tocador 1930 revestido de minúsculos espejitos, una cama cubierta con una tela estampada de inspiración romántica en la que se ve a la ninfa Io dando el pecho a su hijo Epafos bajo la protección del dios Mercurio. Sobre la mesilla de noche está puesta una lámpara llamada de "piña americana" con el zócalo azul. Hay en las paredes cuatro cuadros y una vitrina que encierra toda una colección de muñecas de porcelana y junto al ventanal con balcón -que da a la parte trasera del jardín- una mesa de madera redonda y tres sillas.
Glosa: Cuando leía la descripción que hace Isaac Alexander de la alcoba de Hanna sentía que ya la "había visto" en alguna parte hasta que descubrí que me evocaba a Georges Perec y su novela La vida instrucciones de uso. He ido ojeando la novela y ha querido el destino y el azar que en una de las páginas elegidas haya descubierto que, en efecto, la descripción de la alcoba, con ligeras variaciones, pertenece a la que describe Perec en el capítulo 72 del dormitorio de los Louvet. Lo cual me lleva a preguntarme lo siguiente: ¿Leyó Perec este documento de Alexander? ¿Lo conoció? Porque si no es así la datación de este documento 14 es falsa porque el libro lo publicó Perec en 1975 y la fecha del documento es de 1946. Intentaré aclarar este misterio y si lo logro no duden que les ofreceré -amables lectores- el resultado de mis pesquisas.
La oscuridad del mundo, repitió Pepa. Se levantó de la butaca y me pidió un receso en mi historia; necesitaba -me dijo- algo de aire frío en la nuca; necesitaba, me dijo, un instante de soledad. Mientras Pepa se ausentó yo pensé en cómo organizar los pocos momentos que me quedaban con Hanna: su llanto por la muerte de los niños; la impresión que le causó la fugacidad de la vida; lo insensato que era pensar en lo futuro; el paseo que nos dimos por el jardín de su casa bajo la furia desatada de los cielos; el beso bajo las ramas de un abeto en nuestros labios mojados y cómo al apretarnos nuestros cuerpos fríos parecían transmitirnos un calor salvaje; la cita que me pidió aquella noche, en su alcoba y la petición que quería hacerme... Volvió Pepa y me preguntó, ¿Cómo estaba decorada la alcoba? Y ante aquella pregunta apareció de repente, como si me hubiera trasladado hasta allí en aquel momento, la alcoba de Hanna. Era -le dije- una estancia muy amplia. Las paredes estaban decoradas con un papel pintado con pájaros y vegetación tropicales; en el suelo una alfombra de fibras traída de Filipinas, un tocador 1930 revestido de minúsculos espejitos, una cama cubierta con una tela estampada de inspiración romántica en la que se ve a la ninfa Io dando el pecho a su hijo Epafos bajo la protección del dios Mercurio. Sobre la mesilla de noche está puesta una lámpara llamada de "piña americana" con el zócalo azul. Hay en las paredes cuatro cuadros y una vitrina que encierra toda una colección de muñecas de porcelana y junto al ventanal con balcón -que da a la parte trasera del jardín- una mesa de madera redonda y tres sillas.
Glosa: Cuando leía la descripción que hace Isaac Alexander de la alcoba de Hanna sentía que ya la "había visto" en alguna parte hasta que descubrí que me evocaba a Georges Perec y su novela La vida instrucciones de uso. He ido ojeando la novela y ha querido el destino y el azar que en una de las páginas elegidas haya descubierto que, en efecto, la descripción de la alcoba, con ligeras variaciones, pertenece a la que describe Perec en el capítulo 72 del dormitorio de los Louvet. Lo cual me lleva a preguntarme lo siguiente: ¿Leyó Perec este documento de Alexander? ¿Lo conoció? Porque si no es así la datación de este documento 14 es falsa porque el libro lo publicó Perec en 1975 y la fecha del documento es de 1946. Intentaré aclarar este misterio y si lo logro no duden que les ofreceré -amables lectores- el resultado de mis pesquisas.