Va a explicarle el dulce de leche, dice con la voz en susurro, con esa forma de hablar con la que no se puede mantener una conversación larga; va a explicarle la nostalgia por no haber sido ingeniero en el proyecto del Curiosity y también, esta vez sonriendo como si la sonrisa fuera el salvavidas, la pasarela o la forma indestructible de una verdad sin heridas, le hablará sobre la imposibilidad de ser lo que no se es; va a pensar la llanura de nuevo y la emoción que sintió cuando vio que la cuerda que podía provocar una catástrofe se recogió en sí misma como el alma al quedar dormida; va a explicarle la dulzura del picante, el amargo sabor de un dulce a destiempo y la acidez que subyacía en el agrio sabor del chocolate; no hay combate, querida, le dirá; no hay ese silencio que rugirá más tarde; no hay la balacera en el mar ni la voz tronante de gaucho.
Hay nostalgia en lo que nunca fue porque no sólo se siente nostalgia de lo pasado también se siente de lo inexistido... dulce de leche, le explicará y quizás -como elemento que ambienta la edad- el llanto de un niño, el sueño de un perro, la desnudez casi completa del arce japonés. Le explicará más tarde, en la alta madrugada, despierto de improviso, despertándola a ella, con cierta premura, le explicará, os digo, la piel de la nostalgia, sus germinaciones. Le hablará de la mirada del grupo de ingenieros -del que él nunca formó parte- cuando veía elevarse el cohete que conducía al Curiosity a las rojas tierras de Marte y las lágrimas de uno de ellos al tener que separarse de su vehículo-laboratorio, con sus miles de piezas, sus miles de simulaciones y los miles de litros de café que supuso. Esa nostalgia, le explicará con la luz apagada, de algo que él nunca vivió y conoce, paso a paso, minuto a minuto cómo fue.
Y así terminará explicándole que podría sentir nostalgia de cualquier cosa: nostalgia de la vida del ballenero. Nostalgia de la última carrera del atleta. Nostalgia de la soledad del farero. Nostalgia del perfumista la tarde que entró en la droguería la que sería su amor meses más tarde. Compró un agua de colonia fresca y barata y desde el primer momento le fascinaron sus labios y el volumen de sus caderas. Nostalgia de la última luz en el desierto del Mohabe. Nostalgia de lanza clavada en el costado de la gacela. Porque sentía, le explicará en esa hora en que la luz no puede ser encendida, que se puede haber sido todo, habiendo sido algo; porque pensaba, le explicará, que ser algo es poder abarcarlo todo, llegar a todo, poder construir una representación de todos y cada uno de los seres orgánicos e inorgánicos de este universo: ser estrella entonces, nostalgia de luz, si quieres; ser trozo de piedra alrededor de un planeta; ser litio en expansión; confluir con un paramecio siendo tú ameba; ser junco y tener nostalgia de haber sido la última mañana de su último otoño.
Dulce de leche, le dirá, me moriría por un poco de dulce de leche y se intentará quedar dormido entre los brazos de ella que tan sólo le habrá acariciado y le habrá dicho: estabas soñando, duerme.
Hay nostalgia en lo que nunca fue porque no sólo se siente nostalgia de lo pasado también se siente de lo inexistido... dulce de leche, le explicará y quizás -como elemento que ambienta la edad- el llanto de un niño, el sueño de un perro, la desnudez casi completa del arce japonés. Le explicará más tarde, en la alta madrugada, despierto de improviso, despertándola a ella, con cierta premura, le explicará, os digo, la piel de la nostalgia, sus germinaciones. Le hablará de la mirada del grupo de ingenieros -del que él nunca formó parte- cuando veía elevarse el cohete que conducía al Curiosity a las rojas tierras de Marte y las lágrimas de uno de ellos al tener que separarse de su vehículo-laboratorio, con sus miles de piezas, sus miles de simulaciones y los miles de litros de café que supuso. Esa nostalgia, le explicará con la luz apagada, de algo que él nunca vivió y conoce, paso a paso, minuto a minuto cómo fue.
Y así terminará explicándole que podría sentir nostalgia de cualquier cosa: nostalgia de la vida del ballenero. Nostalgia de la última carrera del atleta. Nostalgia de la soledad del farero. Nostalgia del perfumista la tarde que entró en la droguería la que sería su amor meses más tarde. Compró un agua de colonia fresca y barata y desde el primer momento le fascinaron sus labios y el volumen de sus caderas. Nostalgia de la última luz en el desierto del Mohabe. Nostalgia de lanza clavada en el costado de la gacela. Porque sentía, le explicará en esa hora en que la luz no puede ser encendida, que se puede haber sido todo, habiendo sido algo; porque pensaba, le explicará, que ser algo es poder abarcarlo todo, llegar a todo, poder construir una representación de todos y cada uno de los seres orgánicos e inorgánicos de este universo: ser estrella entonces, nostalgia de luz, si quieres; ser trozo de piedra alrededor de un planeta; ser litio en expansión; confluir con un paramecio siendo tú ameba; ser junco y tener nostalgia de haber sido la última mañana de su último otoño.
Dulce de leche, le dirá, me moriría por un poco de dulce de leche y se intentará quedar dormido entre los brazos de ella que tan sólo le habrá acariciado y le habrá dicho: estabas soñando, duerme.