No esperaba la mañana tan luminosa.
El silencio lo hace el canto de los pájaros, sintió.
No hay naufragio. Nada flota. La transparencia esmeralda del agua.
Habló con una extraña. El sol a sus espaldas.
Quedaba de la noche un regusto a cosa triste que estaba por ocurrir. Así no lo había pensado. Es cierto que el pozo no tiene fondo ni el techo altura máxima. Quedaba la búsqueda del pecho nutricio. No necesariamente lácteo.
Vio unos conejos.
Se acordó de unas pantallas gigantes de seguido a los conejos como si con ello pudiera dar un toque de modernidad a su existir. Fluía el manantial. Tendría que leer. La sombra estaba cerca. El mundo de la muerte se acercaba, el que está debajo de la cama, el que nunca queremos mirar. Acodado en la barandilla de hierro de su terraza estrecha y larga observó el bosque y la montaña y sintió el destierro como una garra que se aferrara a sus tripas sin soltarlas. Las nubes se acercaban indolentes, del todo ignorantes de las cuitas del hombre que las ve pasar acodado en la barandilla de hierro de una terraza estrecha y larga. La tarde dorará los verdes. Probablemente aún no haya muerto.