Hoy he tenido una de esas conversaciones que me parecen casi imposibles. Iñaqui crea un mundo y me habla de ese mundo y describe ese mundo y hace un diccionario de las palabras de ese mundo y unas leyes increíbles y llenas de sabor.
Hablamos mientras fuera el día es bochornoso y a él le duele el hombro izquierdo y a mí la cadera derecha y hay problemas del diario vivir que se inmiscuyen en ese otro mundo y quizá porque ocurre lo que ocurre ese mundo ha logrado salir al mundo, es decir, en realidad ese nuevo mundo ha salido de este viejo mundo ¿qué es el mundo?
No es difícil de entender.
Y adoro la inseguridad de los creadores de mundos.
Apenas acabamos de terminar uno cuando ya estamos dudando de él y basta el leve soplo de la duda de un amigo para que ese mundo se tambalee un poquito y en ocasiones se venga abajo con estrépito.
Hoy he disfrutado de uno de esos extraños momentos de amor con la imaginación y el humor. Todo lo que escuchaba era un torrente de ideas como si hubieran estado enterradas muchos años y un simple agujerito en el suelo provocado quizá por el palo de una sombrilla hubiera abierto la espita y hubiera surgido -como un gas lleno de perfume- la esencia de unos seres que estaban vivos.
Hablamos mientras fuera el día es bochornoso y a él le duele el hombro izquierdo y a mí la cadera derecha y hay problemas del diario vivir que se inmiscuyen en ese otro mundo y quizá porque ocurre lo que ocurre ese mundo ha logrado salir al mundo, es decir, en realidad ese nuevo mundo ha salido de este viejo mundo ¿qué es el mundo?
No es difícil de entender.
Y adoro la inseguridad de los creadores de mundos.
Apenas acabamos de terminar uno cuando ya estamos dudando de él y basta el leve soplo de la duda de un amigo para que ese mundo se tambalee un poquito y en ocasiones se venga abajo con estrépito.
Hoy he disfrutado de uno de esos extraños momentos de amor con la imaginación y el humor. Todo lo que escuchaba era un torrente de ideas como si hubieran estado enterradas muchos años y un simple agujerito en el suelo provocado quizá por el palo de una sombrilla hubiera abierto la espita y hubiera surgido -como un gas lleno de perfume- la esencia de unos seres que estaban vivos.