Las personas venimos y vamos. Hay una canción muy hermosa de Mercedes Sosa que se llama Todo cambia. Y también es cierto que algunos asuntos se resuelven siempre de la misma forma. Los Mossos d'Esquadra (policía autonómica del País Catalán) han arremetido contra los concentrados del movimiento 15-M en la Plaça de Catalunya. A uno de los concentrados le han reventado un pulmón y le han perforado el bazo. Las imágenes no merecen ni ser vistas. El País Catalán está gobernado por CiU, partido nacionalista y de derechas.
Sin solución de continuidad (siempre me gustó esta expresión que viene a significar: sin interrupción) leo lo siguiente:
Joseph-Ignace Guillotin nació en Saintes al oeste de Francia el 28 de mayo de 1738 y era el noveno de doce hijos. Por una curiosa ironía del destino su nacimiento fue prematuro, consecuencia de que su madre presenciara por casualidad una angustiosa ejecución pública. Quizá por esto, Joseph-Ignace siempre fue muy consciente de que en Francia, así como en otros lugares, las técnicas de ejecución variaban muchísimo en función del estatus social del condenado. En general, los miembros de la aristocracia disfrutaban de una muerte rápida, mientras que los criminales procedentes de los estratos más bajos de la sociedad a menudo se los ajusticiaba de forma lenta y atroz. En la Francia del siglo XVIII, existían más de un centenar de delitos castigados con la pena de muerte, la peor de las cuales se reservó a François Damiens (1714-1757), el desgraciado que atacó a Luis XV con una navaja y consiguió arañar el brazo del monarca. A Damiens se le arrancó la piel del pecho, de los brazos y de los muslos con tenazas al rojo vivo, su mano derecha (la que había sostenido la navaja) fue quemada con sulfuro; sobre la carne expuesta allí donde se había arrancado la piel se vertió plomo fundido y aceite hirviendo, y por último su cuerpo fue descuartizado utilizando cuatro caballos que tiraban en direcciones diferentes. El verdugo mostró su simpatía por la víctima cortando con un cuchillo los tendones de las articulaciones para que los caballos pudieran desmembrarlo con más facilidad.
Para la época de la revolución, Joseph-Ignace era ya una figura importante, un médico distinguido, destacaba también como profesor de anatomía y consejero de la Facultad de Medicina de la Universidad de París, y se convirtió en diputado de la Asamblea Nacional. Guillotin era un pacifista y, motivado por sus preocupaciones humanitarias, en diciembre de 1789 presentó a la Asamblea seis proposiciones con el fin de crear un código penal nuevo y mucho más humano, en el que todos los hombres fueran considerados iguales y las penas impuestas no hicieran ningún tipo de distinción entre los diferentes estratos. El segundo artículo de este nuevo código recomendaba que la pena capital fuera de ahora en adelante la decapitación y que se la aplicara mediante un mecanismo simple y novedoso. La Asamblea dedicó algún tiempo a examinar las recomendaciones del doctor Guillotin antes de adoptarlas, y durante los debates que tuvieron lugar entonces, un periodista preguntó a propósito del nuevo mecanismo si éste había de llevar el nombre de Guillotin o el de Mirabeau, una pregunta sarcástica y retórica, pues el nuevo mecanismo no había sido todavía diseñado y menos aún construido.
Guillotin no diseñó ni construyó el instrumento que terminaría llevando su nombre. El diseñador fue otro médico, el doctor Antoine Louis (en algún momento se planeó llamar al nuevo dispositivo "Louisette"), mientras que el hombre que de verdad construyó la máquina de ejecución fue un tal monsieur Guedon o Guidon, el carpintero que normalmente se había encargado de proporcionar patíbulos al Estado. El nuevo artilugio se probó el 17 de abril de 1792. Tras unos cuantos ajustes se celebró un banquete para dar la bienvenida a la hija del doctor Guillotin y se brindó por la igualdad que traería consigo el insigne proyecto.
Hasta aquí la cita de Peter Watson. Y yo me pregunto: ¿por qué a unos ciudadanos que están en sus calles debatiendo democráticamente ideas que luego elevar a quien corresponda, se los desaloja con porras con pinchos, balas de goma, puñetazos e insultos y a tipos como Carlos Fabra -un corrupto inclemente- no sólo no se le desaloja sino que se le otorga un sueldo de 90.000 € anuales por parte de la Cámara de Comercio de Castellón y aunque deja la Diputación mantiene sueldo, coche oficial, chófer y guardaespaldas?
Si realmente estuviéramos en una democracia habría que dar un sueldo a los ciudadanos de la Plaza de Catalunya (y de tantas otras plazas) -que están haciendo el trabajo del Congreso de los Diputados- y desalojar, a la fuerza si fuera necesario, a indeseables como el señor de Castellón antes citado.
Guillotina para igualar la muerte. ¿Qué instrumento inventamos para igualar la vida?
Sin solución de continuidad (siempre me gustó esta expresión que viene a significar: sin interrupción) leo lo siguiente:
Joseph-Ignace Guillotin nació en Saintes al oeste de Francia el 28 de mayo de 1738 y era el noveno de doce hijos. Por una curiosa ironía del destino su nacimiento fue prematuro, consecuencia de que su madre presenciara por casualidad una angustiosa ejecución pública. Quizá por esto, Joseph-Ignace siempre fue muy consciente de que en Francia, así como en otros lugares, las técnicas de ejecución variaban muchísimo en función del estatus social del condenado. En general, los miembros de la aristocracia disfrutaban de una muerte rápida, mientras que los criminales procedentes de los estratos más bajos de la sociedad a menudo se los ajusticiaba de forma lenta y atroz. En la Francia del siglo XVIII, existían más de un centenar de delitos castigados con la pena de muerte, la peor de las cuales se reservó a François Damiens (1714-1757), el desgraciado que atacó a Luis XV con una navaja y consiguió arañar el brazo del monarca. A Damiens se le arrancó la piel del pecho, de los brazos y de los muslos con tenazas al rojo vivo, su mano derecha (la que había sostenido la navaja) fue quemada con sulfuro; sobre la carne expuesta allí donde se había arrancado la piel se vertió plomo fundido y aceite hirviendo, y por último su cuerpo fue descuartizado utilizando cuatro caballos que tiraban en direcciones diferentes. El verdugo mostró su simpatía por la víctima cortando con un cuchillo los tendones de las articulaciones para que los caballos pudieran desmembrarlo con más facilidad.
Para la época de la revolución, Joseph-Ignace era ya una figura importante, un médico distinguido, destacaba también como profesor de anatomía y consejero de la Facultad de Medicina de la Universidad de París, y se convirtió en diputado de la Asamblea Nacional. Guillotin era un pacifista y, motivado por sus preocupaciones humanitarias, en diciembre de 1789 presentó a la Asamblea seis proposiciones con el fin de crear un código penal nuevo y mucho más humano, en el que todos los hombres fueran considerados iguales y las penas impuestas no hicieran ningún tipo de distinción entre los diferentes estratos. El segundo artículo de este nuevo código recomendaba que la pena capital fuera de ahora en adelante la decapitación y que se la aplicara mediante un mecanismo simple y novedoso. La Asamblea dedicó algún tiempo a examinar las recomendaciones del doctor Guillotin antes de adoptarlas, y durante los debates que tuvieron lugar entonces, un periodista preguntó a propósito del nuevo mecanismo si éste había de llevar el nombre de Guillotin o el de Mirabeau, una pregunta sarcástica y retórica, pues el nuevo mecanismo no había sido todavía diseñado y menos aún construido.
Guillotin no diseñó ni construyó el instrumento que terminaría llevando su nombre. El diseñador fue otro médico, el doctor Antoine Louis (en algún momento se planeó llamar al nuevo dispositivo "Louisette"), mientras que el hombre que de verdad construyó la máquina de ejecución fue un tal monsieur Guedon o Guidon, el carpintero que normalmente se había encargado de proporcionar patíbulos al Estado. El nuevo artilugio se probó el 17 de abril de 1792. Tras unos cuantos ajustes se celebró un banquete para dar la bienvenida a la hija del doctor Guillotin y se brindó por la igualdad que traería consigo el insigne proyecto.
Hasta aquí la cita de Peter Watson. Y yo me pregunto: ¿por qué a unos ciudadanos que están en sus calles debatiendo democráticamente ideas que luego elevar a quien corresponda, se los desaloja con porras con pinchos, balas de goma, puñetazos e insultos y a tipos como Carlos Fabra -un corrupto inclemente- no sólo no se le desaloja sino que se le otorga un sueldo de 90.000 € anuales por parte de la Cámara de Comercio de Castellón y aunque deja la Diputación mantiene sueldo, coche oficial, chófer y guardaespaldas?
Si realmente estuviéramos en una democracia habría que dar un sueldo a los ciudadanos de la Plaza de Catalunya (y de tantas otras plazas) -que están haciendo el trabajo del Congreso de los Diputados- y desalojar, a la fuerza si fuera necesario, a indeseables como el señor de Castellón antes citado.
Guillotina para igualar la muerte. ¿Qué instrumento inventamos para igualar la vida?