Te ha visto a vista de pájaro
Por mucho que el hombre quiera hay en su debe una desdicha que no atempera el paso de los siglos
Ibas cogida de su mano
el monte era bajo
el rumor, a lo lejos, de aquello ahora azul (en la noche negro)
no impedía que él escuchara una conversación de amantes
No era sueño (semper dolens)
La habitación guardaba en su interior el rastro (o resto) de tu olor a mujer dormida
Cada llave no encontraba su cerradura
Cada tecla producía una nota distinta a la esperada
No agobiaba el aire ni las alas extendidas
agobiaba -a vista de pájaro- tu mano enlazada con la suya
Piensa -mientras vuela- ¡Vuelve, Ifigenia, vuelve!
Anhela la infinitud que nos espera -breve lapso es éste al que nos aferramos como el sarmiento se retuerce o la parra se monta sobre sí misma; breve lapso de este ir hacia la nada, siglo a siglo, traza a traza; breve lapso las alas desplegadas; breve, brevísimo el tiempo en que os besasteis una madrugada-; planea sobre una gran llanura con los colores propios del invierno y llega a llorar por una rama que acaba de caer del único rosal.
Tú sigues caminando a su lado, de su mano cogida, observando los avances de una obra de ingeniería en un pueblo con nombre de moñiga; él pájaro, alas abiertas, la mañana avanza, no hay huella -porque en el aire el aleteo no imprime nada-, su ojos se han distraído de tu mano al advertir la carrera de un ratón de campo hacia su madriguera y el hambre entonces, el hambre de pájaro, el hambre llama a la carne...
No mires hacia arriba, mujer a otra mano cogida, que le verás volar en círculos
y descubrirás que no es más que un buitre a la espera
largo cuello como de cisne
marisma como estanque
olor a limo como perfume
la mañana huye, tu mano enlazada se mantiene
él -pájaro en lo alto- volando en círculos, probablemente buitre
Por mucho que el hombre quiera hay en su debe una desdicha que no atempera el paso de los siglos
Ibas cogida de su mano
el monte era bajo
el rumor, a lo lejos, de aquello ahora azul (en la noche negro)
no impedía que él escuchara una conversación de amantes
No era sueño (semper dolens)
La habitación guardaba en su interior el rastro (o resto) de tu olor a mujer dormida
Cada llave no encontraba su cerradura
Cada tecla producía una nota distinta a la esperada
No agobiaba el aire ni las alas extendidas
agobiaba -a vista de pájaro- tu mano enlazada con la suya
Piensa -mientras vuela- ¡Vuelve, Ifigenia, vuelve!
Anhela la infinitud que nos espera -breve lapso es éste al que nos aferramos como el sarmiento se retuerce o la parra se monta sobre sí misma; breve lapso de este ir hacia la nada, siglo a siglo, traza a traza; breve lapso las alas desplegadas; breve, brevísimo el tiempo en que os besasteis una madrugada-; planea sobre una gran llanura con los colores propios del invierno y llega a llorar por una rama que acaba de caer del único rosal.
Tú sigues caminando a su lado, de su mano cogida, observando los avances de una obra de ingeniería en un pueblo con nombre de moñiga; él pájaro, alas abiertas, la mañana avanza, no hay huella -porque en el aire el aleteo no imprime nada-, su ojos se han distraído de tu mano al advertir la carrera de un ratón de campo hacia su madriguera y el hambre entonces, el hambre de pájaro, el hambre llama a la carne...
No mires hacia arriba, mujer a otra mano cogida, que le verás volar en círculos
y descubrirás que no es más que un buitre a la espera
largo cuello como de cisne
marisma como estanque
olor a limo como perfume
la mañana huye, tu mano enlazada se mantiene
él -pájaro en lo alto- volando en círculos, probablemente buitre