Ante el notario declaro lo siguiente:
1.- Nada sé. Mi ignorancia es tan palmaria que ya ni me avergüenza ni extraigo de ella sabios consejos y formas audaces de continuar mi vida. La ignorancia es una piedra preciosa rodeada de bastedades; la ignorancia alberga, en todo caso, la posibilidad del conocimiento.
2.- En mi vida he llegado a grado tal de arrogancia que creí en un instante poder enseñar algo.
3.- Pido disculpas por ello. He de reconocer que mi curiosidad me ha llevado al conocimiento de algunos hechos, de algunas causas, incluso de efectos veraces (no sé si verdaderos) que apliqué en mí como se aplica la arnica sobre el músculo inflamado para aliviar el espasmo.
4.- Sé que caeré de nuevo una y mil veces en el mismo error pero declaro, ante este ilustre y barbado notario, que no es mala la intención que persigo, ni guardo en mí aviesas intenciones -como en otro tiempo sí hice y de ahí mi amargura y mi desencanto- sino más bien persigo una dulce calma que a nadie perturbe su respiración.
5.- Creo firmemente junto a Antonio Machado que el arte es largo y además no importa.
6.- Declaro también y dejo constancia que me enamoro a menudo y que, siendo cierta una pulsión sexual, atrabiliaria y obscena, busco en ese enamorarse la caricia que da calor, el beso que aumenta la felicidad, el abrazo puro, el abrazo de una piel junto a otra pìel que produce, en la fluidez de la biología de las pasiones, la sensación de que la emoción intensa tiene, en el mundo de los hombres, un lugar donde expandirse.
7.- Declaro mi barbarie. Declaro mi desconsuelo. Declaro mi esperanza. Declaro mi navío. Declaro mi océano. Declaro mi deriva. Declaro mis ojos. Declaro mi osadía. Declaro mi cólera. Declaro mi timidez. Declaro mis creencias sorprendidas una mañana de marzo en brazos de la utopía. Declaro mi nostalgia. Declaro mi terror. Declaro mi calma y el placer que siento al comprar un libro que desde hace años deseaba.
8.- Estoy perdido, señor notario, y me da pena que con mis años me muera sin tiempo ya a albergar el sueño de los justos (yo que nunca lo fui), o la idea del amor (yo que nunca amé) o la posibilidad de reconciliarme con el odiado (yo que nunca supe perdonar).
9.- Y así, a tantos de tantos de tantos, ruego deje constancia de estos no-esfuerzos, de estas ebriedades de un espíritu impuro, que nunca fluyó hacia el manantial, que jamás tuvo alma de salmón y nunca se agotó en la quietud, en las no-formas, en la indiferencia.
1.- Nada sé. Mi ignorancia es tan palmaria que ya ni me avergüenza ni extraigo de ella sabios consejos y formas audaces de continuar mi vida. La ignorancia es una piedra preciosa rodeada de bastedades; la ignorancia alberga, en todo caso, la posibilidad del conocimiento.
2.- En mi vida he llegado a grado tal de arrogancia que creí en un instante poder enseñar algo.
3.- Pido disculpas por ello. He de reconocer que mi curiosidad me ha llevado al conocimiento de algunos hechos, de algunas causas, incluso de efectos veraces (no sé si verdaderos) que apliqué en mí como se aplica la arnica sobre el músculo inflamado para aliviar el espasmo.
4.- Sé que caeré de nuevo una y mil veces en el mismo error pero declaro, ante este ilustre y barbado notario, que no es mala la intención que persigo, ni guardo en mí aviesas intenciones -como en otro tiempo sí hice y de ahí mi amargura y mi desencanto- sino más bien persigo una dulce calma que a nadie perturbe su respiración.
5.- Creo firmemente junto a Antonio Machado que el arte es largo y además no importa.
6.- Declaro también y dejo constancia que me enamoro a menudo y que, siendo cierta una pulsión sexual, atrabiliaria y obscena, busco en ese enamorarse la caricia que da calor, el beso que aumenta la felicidad, el abrazo puro, el abrazo de una piel junto a otra pìel que produce, en la fluidez de la biología de las pasiones, la sensación de que la emoción intensa tiene, en el mundo de los hombres, un lugar donde expandirse.
7.- Declaro mi barbarie. Declaro mi desconsuelo. Declaro mi esperanza. Declaro mi navío. Declaro mi océano. Declaro mi deriva. Declaro mis ojos. Declaro mi osadía. Declaro mi cólera. Declaro mi timidez. Declaro mis creencias sorprendidas una mañana de marzo en brazos de la utopía. Declaro mi nostalgia. Declaro mi terror. Declaro mi calma y el placer que siento al comprar un libro que desde hace años deseaba.
8.- Estoy perdido, señor notario, y me da pena que con mis años me muera sin tiempo ya a albergar el sueño de los justos (yo que nunca lo fui), o la idea del amor (yo que nunca amé) o la posibilidad de reconciliarme con el odiado (yo que nunca supe perdonar).
9.- Y así, a tantos de tantos de tantos, ruego deje constancia de estos no-esfuerzos, de estas ebriedades de un espíritu impuro, que nunca fluyó hacia el manantial, que jamás tuvo alma de salmón y nunca se agotó en la quietud, en las no-formas, en la indiferencia.