...con sencillez deambulo entre Lacan y el Corpus Hipocrático como si entre ambos existiera el nexo que pudiera, lánguidamente, conducirme a la placidez... saber dejar de saber (tengo ahora el prurito -escribo prurito por mis manos que andan heridas desde hace un mes y medio. Yo me empeño en curármelas con remedios naturales. Porque sé (creo saber) que tiene que ver con el hígado, lo limpio, o mejor, limpio sus alrededores, el llamado medio interno a base de diente de león, tomillo y estigma de maíz. Pero las manos no acaban de sanar y duelen o pican o escuecen. Ante tal sensibilidad se es tan consciente de lo mucho que las utilizamos que apenas puedo imaginar cómo lo debió de pasar un antiguo amigo que tuvo las manos escayoladas durante más de dos meses- de alejarme de este discurso que he iniciado y vagar por venerables historias que se perdieron en la Biblia de los Setenta) en esta mañana de octubre cuando las primeras lluvias han llegado y lo primero que he imaginado es cómo debe estar el camino, la tierra mojada, los fresnos.
Ahora volveré, me digo. En la espera, me digo. La transferencia me espera. Como si buscara la última duda para abandonarme, ya para siempre, mecido por Fedro o Heidegger antes de ensayarme en la delicuescencia (escribo esta palabra porque me ha sonado tan líquida que no me he podido resistir) de Derrida. Como diría quien no existe, Cosas así.
Ahora volveré, me digo. En la espera, me digo. La transferencia me espera. Como si buscara la última duda para abandonarme, ya para siempre, mecido por Fedro o Heidegger antes de ensayarme en la delicuescencia (escribo esta palabra porque me ha sonado tan líquida que no me he podido resistir) de Derrida. Como diría quien no existe, Cosas así.