No, ahora no debes. Si no te picara la cabeza. Si no te ahogaras entonces sí, entonces podrías. Nada es real. Nada ha de preocuparte. Los días se siguen a los días y la única fortuna es ésa: los días que siguen a los días. No pidas más. No aspires. No tengas esperanza. No tengas la puta esperanza de los cojones. Anúlala a base de días. Déjalo todo en el haber de tu fortuna. No pises. No maldigas. Nada es por ti. Nada es contra ti. Ni siquiera la anti-lotería que te tocó ayer, ese premio gordo de las miserias. No te quejes. No hay queja. Dítelo de verdad, No hay queja y si quieres, luego, bufa, brama o simplemente esconde tu cabeza bajo la almohada. Ahora tómate el café. Pasa la tarde como desde hace tantos años escribiendo, pensando, descubriendo y no maldigas y no tengas ansias. Has podido pasar el día bajo cobijo. Has comido. Has podido moverte sin ayuda. Has tenido tu cabeza colocada en su sitio. Has tenido una conversación ¡Cágate en todo lo que quieras! No pases de ahí. La blasfemia es la más clara prueba de la religiosidad. Un pueblo que no blasfema es un pueblo que no cree. Un hombre que no blasfema es un hombre que no cree. Y tú, alma cándida, tienes la religiosidad de los hombres antiguos. Entonces blasfema, es tu derecho, es la cruz de tu dios, sea el que sea, no le pongas nombres pero si piensas en la justicia entonces crees en dios, si en el fondo de tu más honda hondura crees en la justicia es que tienes por norte la idea de dios. Entonces blasfema, blasfema e híncate de rodillas y suplica lo que no puedes conseguir por tus propios medios, sólo hasta ahí. Lo demás es hacerse peor. Lo demás es dejarse llevar por la corriente de las víctimas. Niégate. Niega a dios y entonces estarás salvado, sin esperanza, sin anhelos, sin fortuna.