Se escucha. No lo pronuncies. No aconsejaría nunca. No me atrevo ni conmigo. Me lo ha recordado la niebla esta mañana. Al levantarme aún no había amanecido y mientras me hacía el café escuchaba. Ayer también se sucedieron los asuntos. La niebla hoy (al vestirlo todo turbio; la niebla que obliga a mirar de cerca; la niebla que es agua suspendida -y densa- ; la niebla que tiene otras palabras como nebladura o camanchaca o cejo o dorondón; la niebla que me recuerda a Jack el destripador) prolongaba cierto grado de estupidez que atesoro. Luego he pensado si veía demasiado la televisión. Me he tomado el café. Nilo y yo hemos salido a dar el paseo justo cuando la luz amanecía. Caminábamos entre jirones de algo. Nilo se volvía más que de costumbre. Hemo ido por la calle Bonita y nos hemos despistado con un matojo de hierbas. Nos hemos quedado quietos, mirándonos, sintiendo ambos la humedad en los huesos, la dificultad del tiempo para atravesar la niebla; nos hemos puesto en marcha y Nilo ha movido el rabo y al sentir cómo el aire penduleaba tras de sí, se ha puesto a dar saltos y a gruñir. Más tarde lo he de dejado en casa y tomado el coche. Todo era más difícil. Los campos de Castilla. La sierra de Guadarrama. Lo abromado. Se empañaba el aire frente a mí mientras me concentraba en las líneas (como una sugerencia al mundo he pensado tos ferina y sarampión y palabras relacionadas con la necedad como badulaque, zolocho, gansada, meliloto y he terminado esta serie -sin saber por qué- con una sensación cordial). En la amalgama gris de la mañana lo he escuchado y me he dicho, Escucha y no pronuncies. He sabido la teoría del tobogán (la cual he inventado en el momento) y he supuesto una alta montaña, dos piolets y una cuerda larga como el axis mundi. Nerviosamente he dado un suave volantazo. De inmediato he recordado el nacimiento de mi hija. La obstinación me ha empujado a seguir. He mirado el arcén. He pensado el triángulo y he supuesto una llamada que todo lo aclaraba (también la niebla). Tienes que seguir hacia delante, me he dicho. La imperfección lo es todo, me he dicho. Y luego dentro de un banco inmenso de niebla dura he repetido hasta casi enronquecer ¡Sotreta! Tan sólo he logrado calmarme cuando he recordado una frase de una novela de Gabriel García Márquez. Sí, la frase, Alguien apagó la luna. Estaba llegando. De nuevo lo he escuchado. De nuevo me he dicho, No lo pronuncies. La magnitud del tiempo se había quedado corta porque de repente estaba mirando a Nilo, en la esquina de calle Bonita. Nada de lo escrito había ocurrido aún y nunca podré asegurar si ocurrió realmente porque ahora es la tarde y la niebla ha levantado.