El polvo sobre el teclado. Era una pared de color verde cuando tenía diecisiete años. Era su cuarto y el de sus hermanos. Tras haber comido era. Desde entonces hasta ahora. Ha pasado el tiempo, es cierto. Los tiempos. Ha pasado el espacio, es cierto. Los espacios. Recuerda la casa de la calle Canillas y la de la calle Zurbano y la de la calle Fernando el Católico y la de la calle San Nicolás y la de la calle Amor de Dios y la de la calle Hermosilla y la de la calle Mayor y la de cala Blanca y la buhardilla en la rue Gay Lussac y la de la calle Prado Verde y la cueva en Fustán. Y recuerda el tiempo de la Rosa y el tiempo de Menorca y el tiempo de París y once años de tiempo y cuando aprendía y cuando amaba y cuando detestaba y recuerda las enfermedades y los amigos y las playas y las montañas y los ríos y recuerda el polvo en el teclado y la Olivetti lettera 47 y recuerda el tiempo de Julia y el espacio de Lagasca. El recuerdo no es la memoria del pasado sino la visión que sobre él se tiene en el presente. Y ahora recuerda de otra forma, como si ya fuera del todo consciente de que la cima ha quedado atrás y sabe que el descenso es mucho más arriesgado que el ascenso. Lo sabía al subir. No lo supo al llegar a la cima porque no fue consciente de que había llegado. No plantó ninguna bandera. Ni cantó ningún himno. Ni rezó ninguna oración. Ni se quedó mirando el paisaje a sus pies. Más bien tiene la sensación de que hubo de llegar una noche de luna nueva, que la cima era una planicie, que anduvo por ella varias horas y que el descenso fue, al principio, tan suave que no era consciente de que descendía. Fue con las primeras luces del día. Fue entonces. La cima quedaba de nuevo sobre él. No podía dar marcha atrás. Ahora ve frente a él, no sabe a cuánta distancia, en lo hondo de un valle estrecho, junto a la ribera de un río pequeño y claro, las luces de un pueblo. Lo corona una torre cuadrada. No tiene campanario. El polvo sobre el teclado piensa mientras respira la vida de las plantas y vuelve a mirar atrás y sonríe como cuando se es muy mayor y un joven dice algo que recuerda a la propia vida: una carretera en un país extranjero, los ojos de una mujer al fondo de la barra, el brazo del amigo sobre el hombro, el frío del cementerio del Sur o el nacimiento de una ilusión. Sabe que debe seguir el sendero; seguir bajando, apretar los dientes si es necesario y beber agua de vez en cuando. Más noches llegarán, piensa. Y vuelve a pensar, Aún llegarán más noches y sigue pensando, Ese pueblo queda lejos, muy, muy lejos. Cuando llegue descansaré en la fonda, seguro que hay una, y llamaré para que alguien le quite el polvo al teclado y engrase el mecanismo de las letras y cambie la cinta de la tinta para sentarme ante ella y recordar la tarde en... Todo es naturaleza. Hace vivaq protegido del viento por un arce y al quedarse dormido recuerda que el descenso es más peligroso que la subida y que el polvo en el teclado no lo ensucia.