¡Un escenario! Al fondo el patio de butacas, vacío como un rey, oscuro como el deseo de morir en brazos de una Muerte bella y salvaje (All that Jazz).
Un escenario de noche, con sus luces azules que caen sobre el suelo de madera. Las calles que son cortinones. El foro negro y tras él la tramoya de luces. En el centro del escenario la luz cenital blanca que crea el círculo de un claro de luna.
Claro de luna...
Una mujer (que es una actriz, que es un personaje, que es otro tiempo, que es otro espacio -un lugar en una selva de hace más de un siglo-, que es una historia que se repetirá cada vez que se retome) de espaldas al patio de butacas (vacío como un rey) se sienta en una silla alta, bajo el claro de luna, frente a un micrófono. Cierra los ojos y suavemente comienza a interpretar los susurros, gemidos, risas y jadeos de una mujer que hace el amor.
En la esquina del fondo, a la izquierda del espectador, el director de escena escucha y mira el arte de amar.
Hay algo tan íntimo y sobrenatural en ese espacio vacío, ocupado por los sentimientos sonoros de una mujer, que el hombre que mira siente que es una de las escenas más hermosas de su vida.
Ella termina su interpretación. Abre los ojos. La luz de la noche azulina en la selva de Borneo cubre su rostro. Parece cansada y algo feliz.
El patio de butacas, vacío, aplaude hasta enloquecer.
Todo es silencio.
Un escenario de noche, con sus luces azules que caen sobre el suelo de madera. Las calles que son cortinones. El foro negro y tras él la tramoya de luces. En el centro del escenario la luz cenital blanca que crea el círculo de un claro de luna.
Claro de luna...
Una mujer (que es una actriz, que es un personaje, que es otro tiempo, que es otro espacio -un lugar en una selva de hace más de un siglo-, que es una historia que se repetirá cada vez que se retome) de espaldas al patio de butacas (vacío como un rey) se sienta en una silla alta, bajo el claro de luna, frente a un micrófono. Cierra los ojos y suavemente comienza a interpretar los susurros, gemidos, risas y jadeos de una mujer que hace el amor.
En la esquina del fondo, a la izquierda del espectador, el director de escena escucha y mira el arte de amar.
Hay algo tan íntimo y sobrenatural en ese espacio vacío, ocupado por los sentimientos sonoros de una mujer, que el hombre que mira siente que es una de las escenas más hermosas de su vida.
Ella termina su interpretación. Abre los ojos. La luz de la noche azulina en la selva de Borneo cubre su rostro. Parece cansada y algo feliz.
El patio de butacas, vacío, aplaude hasta enloquecer.
Todo es silencio.