9 am: Desoigo la llamada y miro como si no estuviera la fachada de ladrillo y el perfil, discreto, de una terraza. Si quisieras, pienso. Si quisieras, mi amada desconocida. Desconocida de pecho. Desconocida de espalda. Desconocida de vientre. Desconocida de muslo. Desconocida de mente. Desconocida de tiempo.
9,30 am: El gozo de la masturbación no llega a emplearse a fondo. No el velero. No el marinero. No esa lengua larga que atraviesa la ensenada y se pierde entre rizos y arena. La montaña se alza, es cierto. También lo es, pienso, la almohada y la grieta abierta en el pie entre un paso y la desacostumbrada fantasía de mano y lodo.
9,45 am: Nostalgia de la distancia.
9,47 am: Al levantarme estoy desnudo y el sol apuntala en mi pezón izquierdo un capricho que es un brillo, que es un resto de supernova, que es la ceniza, que es el recordatario, que es la piedad, que es la santidad tan semejante entre los ascetas hindúes y los cristianos mendicantes, que es un recuerdo de la señorita mística Gunon y ese capricho resuena en mi pezón y lo contrae a lo ancho y lo aplana a lo alto.
10-10,32 am: Café. Leche. Fragonia. Polen. Aire. Muertos siempre muertos siempre muertos siempre muertos. La noticia de los muertos. Muertos. Muertos. Muertos. Así hasta 78 veces. Aroma de cigarrillo. Excreción. Lectura. Satisfacción. Limpieza. La mañana. Beber. Beber. Inhalar. Siento en mis manos la caducidad de esos muertos. Hasta 78 veces lo siento. Y acudo, humilde, a un libro abierto sobre la mesa de cristal. No me gusta la mesa de cristal. Quisiera que fuera del material del que pensaban los griegos que era el sustrato del universo. Abro una puerta. Toco unas sábanas que están colgadas no de cualquier manera, no, no de cualquier manera. Me lo digo hasta setenta y ocho veces. Como las 78 muertes. La muerte. La
10,33-11,15 am: Pantalones cortos. Mis piernas asimétricas. Mis hermosas compañeras. Mi singularidad coja mostrada a las hiedras, a las abejas, al murete que divide lo privado de lo público, a mi perro, a mi estirpe, a las montañas lejanas, al deseo, a su mano, a las cicatrices de los otros, a la decisión, a las zapatillas azules, a la senda hecha ya muchas veces, a la sombra del ciprés que aún no es alargada, a la vuelta de la esquina, al sol que cae a fuego y sonríe con ínfulas de caramelo, a la sombra, a la niña, al abuelo, al que teme la diferencia y mira mis piernas como si fueran tierras vírgenes, salvajes, llenas de animales peligrosos, piernas como ponzoña, piernas como avisperos de piernas, piernas caníbales, piernas del infierno.
11,20-11,59 am: Yo te diré, querida, que el tiempo te mostrará la levedad. Morir muriendo es volverse leve. Yo te diré, querida L., una nube. Sólo eso. Imagina: me acerco a tu oreja y despacito, como llega la calma en la vejez, te digo: Nube. Y me quedo callado, tan cerca de tu lóbulo. Como pasmado de la gravedad de la carne y las yemas de los lunes. ¿No es cierto? pienso entre pepino, tomates, ajos, cebollas, patatas, pimientos rojos, aguacate, ensaladas, zanahorias, helados, bonito, acelgas, uvas, vinos, yogures, bolsas para perros, papel de cocina, Pienso entre avellanas y aceitunas y zumos y estropajos, decirte muy bajito mientras aspiro el aroma del lóbulo de tu oreja, decirte, digo: Nube.
12 pm: ¡Cómo pesa el sustento!
9,30 am: El gozo de la masturbación no llega a emplearse a fondo. No el velero. No el marinero. No esa lengua larga que atraviesa la ensenada y se pierde entre rizos y arena. La montaña se alza, es cierto. También lo es, pienso, la almohada y la grieta abierta en el pie entre un paso y la desacostumbrada fantasía de mano y lodo.
9,45 am: Nostalgia de la distancia.
9,47 am: Al levantarme estoy desnudo y el sol apuntala en mi pezón izquierdo un capricho que es un brillo, que es un resto de supernova, que es la ceniza, que es el recordatario, que es la piedad, que es la santidad tan semejante entre los ascetas hindúes y los cristianos mendicantes, que es un recuerdo de la señorita mística Gunon y ese capricho resuena en mi pezón y lo contrae a lo ancho y lo aplana a lo alto.
10-10,32 am: Café. Leche. Fragonia. Polen. Aire. Muertos siempre muertos siempre muertos siempre muertos. La noticia de los muertos. Muertos. Muertos. Muertos. Así hasta 78 veces. Aroma de cigarrillo. Excreción. Lectura. Satisfacción. Limpieza. La mañana. Beber. Beber. Inhalar. Siento en mis manos la caducidad de esos muertos. Hasta 78 veces lo siento. Y acudo, humilde, a un libro abierto sobre la mesa de cristal. No me gusta la mesa de cristal. Quisiera que fuera del material del que pensaban los griegos que era el sustrato del universo. Abro una puerta. Toco unas sábanas que están colgadas no de cualquier manera, no, no de cualquier manera. Me lo digo hasta setenta y ocho veces. Como las 78 muertes. La muerte. La
10,33-11,15 am: Pantalones cortos. Mis piernas asimétricas. Mis hermosas compañeras. Mi singularidad coja mostrada a las hiedras, a las abejas, al murete que divide lo privado de lo público, a mi perro, a mi estirpe, a las montañas lejanas, al deseo, a su mano, a las cicatrices de los otros, a la decisión, a las zapatillas azules, a la senda hecha ya muchas veces, a la sombra del ciprés que aún no es alargada, a la vuelta de la esquina, al sol que cae a fuego y sonríe con ínfulas de caramelo, a la sombra, a la niña, al abuelo, al que teme la diferencia y mira mis piernas como si fueran tierras vírgenes, salvajes, llenas de animales peligrosos, piernas como ponzoña, piernas como avisperos de piernas, piernas caníbales, piernas del infierno.
11,20-11,59 am: Yo te diré, querida, que el tiempo te mostrará la levedad. Morir muriendo es volverse leve. Yo te diré, querida L., una nube. Sólo eso. Imagina: me acerco a tu oreja y despacito, como llega la calma en la vejez, te digo: Nube. Y me quedo callado, tan cerca de tu lóbulo. Como pasmado de la gravedad de la carne y las yemas de los lunes. ¿No es cierto? pienso entre pepino, tomates, ajos, cebollas, patatas, pimientos rojos, aguacate, ensaladas, zanahorias, helados, bonito, acelgas, uvas, vinos, yogures, bolsas para perros, papel de cocina, Pienso entre avellanas y aceitunas y zumos y estropajos, decirte muy bajito mientras aspiro el aroma del lóbulo de tu oreja, decirte, digo: Nube.
12 pm: ¡Cómo pesa el sustento!