Guantánamo
Hay un debate por la noche, en una televisión española, donde se discuten y analizan los temas del día. Uno de esos temas, claro, era la muerte de Bin Laden y otro, derivado de éste, la bondad de la tortura como método para conseguir información.
Como me siento arropado por muchos "moralistas de mierda" como yo, voy a seguir oponiéndome a semejante sarta de fariseos (lo siento por los fariseos, fueron siempre muy socorridos para calificar a los hipócritas, como nosotros los cojos somos siempre muy socorridos como metáfora de lo imperfecto).
En el día de ayer, cuatro de los seis periodistas que debatían, apoyaban sin fisuras la acción emprendida por los EEUU para asesinar a un hombre. Les importaba un ardite que para hacerlo invadieran el espacio de un país extranjero (para los que no lo vean claro: si Bin Laden hubiera estado en Suecia, los americanos habrían entrado allí, sin permiso ninguno, y habrían realizado la escabechina dejando como regalito para las autoridades suecas un largo reguero de sangre); ¡ah, perdón, que ese país es Pakistán y por lo tanto Pakistán -que tiene armas nucleares- no merece el respeto que pueda merecer Suecia o China o, qué decir, Mónaco; Pakistán, como todo sabemos, no tiene derecho a nada, ni siquiera a que se respete la legalidad internacional! Uno de los periodistas de ayer, mirando muy fijamente y cargado de razón, respondería a esta cuestión (lo hizo de hecho exactamente con estas palabras): Las cosas son como son. Ese fue todo el argumentario. Superado este primer escollo moral y legal con semejante argumento, se pasó al segundo: el asesinato de un hombre. Aquí sólo uno -al que todos los demás acallaban con gestos compasivos o desdeñosos- siguió defendiendo la injusticia de semejante acción y cuando osó comparar a Bin Laden con Pinochet, el jefe de opinión del diario ABC, saltó como un tigre con la siguiente respuesta, ¿Cómo te atreves a comparar a Bin laden con Pinochet? Reconozco que ahí me puse a pegar gritos y respondí, desde la distancia imposible de un hombre sentado en el salón de su casa, que por supuesto que se puede comparar a Pinochet con Bin Laden pues ambos asesinaron, torturaron y decidieron sobre la vida de otros en base a un planteamiento ideológico totalitario y excluyente. ¡De qué cojones estamos hablando! ¿Qué pasa que por ser jefe de un estado, se deja de ser un asesino, un violador de la vida humana, un torturador y un canalla? Ya en el colmo de la idiotez supina, como planteamiento que no admitiía discusión, uno de los periodistas, con los ojos enrojecidos, no sé si por el alcohol o su afán sanguinario, arguyó: Si en la Segunda Guerra Mundial un comando inglés hubiera podido entrar en Alemania y llegar hasta Hitler y allí mismo lo hubieran matado, ¿habríamos puesto el grito en el cielo? En ese momento se me cayeron los palos del sombrajo, no sé decirlo mejor. Recuerdo la época en la que dicen que éramos más bárbaros, en el siglo XVI, cuando el rey de Francia Francisco I fue apresado por Carlos V y luego, tras pagos y negociaciones fue liberado. Aunque la razón fundamental por la que me parece más repugnante esta defensa a ultranza del ojo por ojo, es por lo que escribí en Pobres peces: porque el haber juzgado a Bin Laden en el Tribunal de Justicia competente, habría sido una prueba de que el Imperio de Ley es la quintaesencia de la libertad y el derecho a la defensa de todo ser humano, de TODO ser humano, por muy cabrón y despiadado que sea.
Luego se entró en el tercer debate: la utilidad de la tortura. Aquí ya no lo pude soportar. No me podía creer que se estuviera debatiendo el 4 de mayo de 2011, en un país supuestamente democrático, (como en muchos otros países a esa misma hora y ese mismo día), semejante tema. Porque ante la tortura yo creía que sólo había una respuesta: no y nunca.
Como me siento arropado por muchos "moralistas de mierda" como yo, voy a seguir oponiéndome a semejante sarta de fariseos (lo siento por los fariseos, fueron siempre muy socorridos para calificar a los hipócritas, como nosotros los cojos somos siempre muy socorridos como metáfora de lo imperfecto).
En el día de ayer, cuatro de los seis periodistas que debatían, apoyaban sin fisuras la acción emprendida por los EEUU para asesinar a un hombre. Les importaba un ardite que para hacerlo invadieran el espacio de un país extranjero (para los que no lo vean claro: si Bin Laden hubiera estado en Suecia, los americanos habrían entrado allí, sin permiso ninguno, y habrían realizado la escabechina dejando como regalito para las autoridades suecas un largo reguero de sangre); ¡ah, perdón, que ese país es Pakistán y por lo tanto Pakistán -que tiene armas nucleares- no merece el respeto que pueda merecer Suecia o China o, qué decir, Mónaco; Pakistán, como todo sabemos, no tiene derecho a nada, ni siquiera a que se respete la legalidad internacional! Uno de los periodistas de ayer, mirando muy fijamente y cargado de razón, respondería a esta cuestión (lo hizo de hecho exactamente con estas palabras): Las cosas son como son. Ese fue todo el argumentario. Superado este primer escollo moral y legal con semejante argumento, se pasó al segundo: el asesinato de un hombre. Aquí sólo uno -al que todos los demás acallaban con gestos compasivos o desdeñosos- siguió defendiendo la injusticia de semejante acción y cuando osó comparar a Bin Laden con Pinochet, el jefe de opinión del diario ABC, saltó como un tigre con la siguiente respuesta, ¿Cómo te atreves a comparar a Bin laden con Pinochet? Reconozco que ahí me puse a pegar gritos y respondí, desde la distancia imposible de un hombre sentado en el salón de su casa, que por supuesto que se puede comparar a Pinochet con Bin Laden pues ambos asesinaron, torturaron y decidieron sobre la vida de otros en base a un planteamiento ideológico totalitario y excluyente. ¡De qué cojones estamos hablando! ¿Qué pasa que por ser jefe de un estado, se deja de ser un asesino, un violador de la vida humana, un torturador y un canalla? Ya en el colmo de la idiotez supina, como planteamiento que no admitiía discusión, uno de los periodistas, con los ojos enrojecidos, no sé si por el alcohol o su afán sanguinario, arguyó: Si en la Segunda Guerra Mundial un comando inglés hubiera podido entrar en Alemania y llegar hasta Hitler y allí mismo lo hubieran matado, ¿habríamos puesto el grito en el cielo? En ese momento se me cayeron los palos del sombrajo, no sé decirlo mejor. Recuerdo la época en la que dicen que éramos más bárbaros, en el siglo XVI, cuando el rey de Francia Francisco I fue apresado por Carlos V y luego, tras pagos y negociaciones fue liberado. Aunque la razón fundamental por la que me parece más repugnante esta defensa a ultranza del ojo por ojo, es por lo que escribí en Pobres peces: porque el haber juzgado a Bin Laden en el Tribunal de Justicia competente, habría sido una prueba de que el Imperio de Ley es la quintaesencia de la libertad y el derecho a la defensa de todo ser humano, de TODO ser humano, por muy cabrón y despiadado que sea.
Luego se entró en el tercer debate: la utilidad de la tortura. Aquí ya no lo pude soportar. No me podía creer que se estuviera debatiendo el 4 de mayo de 2011, en un país supuestamente democrático, (como en muchos otros países a esa misma hora y ese mismo día), semejante tema. Porque ante la tortura yo creía que sólo había una respuesta: no y nunca.