Lámpara del Metropolitan Opera House de New York
Moonstruck es romanticismo. Por eso transcurre en New York entre emigrantes italianos. Las notas musicales de esta película de Norman Jewison es de altos vuelos y en algunos momentos (en muchos momentos) es una delicia cómo está dialogada y estructurada. La aparición de Rommy Cammareri, (interpretado por Nicholas Cage) es magnífica y mezcla dos elementos muy difíciles de conjugar -la emoción y la risa- para conseguir el efecto patético (en su sentido griego: que mueve a la compasión).
Moonstruck no comienza tambaleante. Se mantiene firme a largo de todo su desarrollo y maneja con maestría las escenas cumbre. Empieza desbocada y luminosa y pasado el primer acto se llena de melancolía y la risa se va perdiendo entre los vericuetos de las sombras lunares y tan sólo surge cuando no hay objeto que impida ver la luz. Tan sólo al final (en las tres últimas secuencias) vuelve a predominar la comedia cuando aparece Johnny Cammareri (Danny Aiello), el hermano mayor de Ronny que se había ido a Palermo para asistir a la muerte de su madre. Antes de partir le había pedido a Loretta Castorini (Cher) en matrimonio y una vez que ella había aceptado le pidió que durante su ausencia contactara con su hermano, con el que no se hablaba desde hacía cinco años, para que acudiera a la boda e hicieran las paces.
El enamoramiento es doloroso. La búsqueda del placer también. Como lo es la llegada de la muerte. Sobre esas tres temáticas se apoya la película -amor, placer y muerte- y paradójicamente siempre son felices -en esta pelicula- los que están cerca de las tres y aceptan las cosas tal como son.
Una mano que se coge. Un anciano al que su mujer le dice que a la luz de la luna parece un joven de veiticinco años. Una dama que cena sola. Un paseo que es interrumpido. La belleza de las lámparas de techo del Metropolitan. La nieve en el aire sobre la intensidad de dos miradas y el abuelo que llora porque no entiende nada.
Moonstruck no comienza tambaleante. Se mantiene firme a largo de todo su desarrollo y maneja con maestría las escenas cumbre. Empieza desbocada y luminosa y pasado el primer acto se llena de melancolía y la risa se va perdiendo entre los vericuetos de las sombras lunares y tan sólo surge cuando no hay objeto que impida ver la luz. Tan sólo al final (en las tres últimas secuencias) vuelve a predominar la comedia cuando aparece Johnny Cammareri (Danny Aiello), el hermano mayor de Ronny que se había ido a Palermo para asistir a la muerte de su madre. Antes de partir le había pedido a Loretta Castorini (Cher) en matrimonio y una vez que ella había aceptado le pidió que durante su ausencia contactara con su hermano, con el que no se hablaba desde hacía cinco años, para que acudiera a la boda e hicieran las paces.
El enamoramiento es doloroso. La búsqueda del placer también. Como lo es la llegada de la muerte. Sobre esas tres temáticas se apoya la película -amor, placer y muerte- y paradójicamente siempre son felices -en esta pelicula- los que están cerca de las tres y aceptan las cosas tal como son.
Una mano que se coge. Un anciano al que su mujer le dice que a la luz de la luna parece un joven de veiticinco años. Una dama que cena sola. Un paseo que es interrumpido. La belleza de las lámparas de techo del Metropolitan. La nieve en el aire sobre la intensidad de dos miradas y el abuelo que llora porque no entiende nada.