Rothko
No la vio.
Sabía que estaba ahí
En mitad de este Mare Tenebrarum
En la Tormenta Perfecta
Quizá fuera por el cuello al que apenas podía elevar (así los astros siempre quedaban más a lo lejos)
O por el sueño del pijama (era un pijama verde caqui con unas tiras doradas en el cuello y en las mangas. Se lo vendía un amigo al que se los quitaban de las manos como -según le contaba- también le habían quitado de las manos los paquetes de folios) que tan bien le quedaba.
Había un arrebato.
La necesidad del macho estaba.
El ciclo.
O la estupefacción ante una compresa que anulaba el olor menstrual y que se anunciaba como un gran logro.
La asepsia se le venía.
Los hospitales en su mente como grandes mataderos melancólicos
Las batallas de los guerreros no tenían luz
O la tarde sin comunicación con el mundo mientras su pelo se iba ensuciando y la ducha estaba ahí, a su mano, vacía, limpia.
Leyó a Noam Chomsky
Leyó a Viçenc Navarro
y el término terrorismo financiero
Luego se fumó un cigarrillo
ensoñó de nuevo la más elemental de las pasiones
recordó al hermano
recurrió a un poeta
se frotó las manos
salió a la terraza por si la veía aparecer
Sabía que estaba por un resplandor blanco
Escribió un correo que nunca enviará
y se fue a la cama,
la cama, la cama, la cama, el pijama caqui,
el embozo, la mañana