Al volver a sentir, escuchó una composición en escala menor; una composición donde el violonchelo y las violas entraron en su corazón y en su sangre y le permitieron arrebatarse por ese sentimiento siempre nuevo, siempre grácil.
Al volver a sentir, se distrajo en la noche de vuelta y se preguntó: ¿qué ha pasado? ¿cómo ha sido? ¿será otra vez?
Al volver a sentir, sonrió en el peaje a la barrera que se alzaba. Es la noche -se dijo- de un día nuevo. ¿Dónde he estado todo este tiempo? ¿Cuánto ha sido todo este tiempo? ¿Estoy despertando?, se preguntaba.
Al volver a sentir recordó unas palabras: No pienses. No pienses. Entonces era el violonchelo, la escala menor, el sentir propio de la música, el canto por lo bajo. Y dejó de pensar y cantó.