"Es un acto de amor" , dice Estela Ordóñez cuando explica el deseo de que su hija Andrea tenga una muerte sin dolor. Habla más Estela, la madre, que Antonio, el padre; en este caso se muestra la fortaleza de la mujer, su capacidad de tierra.
Es imposible saber -si no se siente- el sentimiento de estas dos personas ante una decisión tan grave. Y si no se han vivido doce años luchando a brazo partido contra un enemigo que sabes que es más fuerte, no se puede entender la valentía, el sentido común y el amor que se ha de sentir para lanzarse a los medios de comunicación y arriesgarse a todas las maledicencias, críticas, oprobios y sandeces que les pueden caer encima y todo porque el sempiterno poder había decidido que Andrea tenía que sufrir lo que fuera antes que aliviarle su dolor en base a no se sabe qué principios éticos -cuando la ética, como dice Javier Sádaba, tiene como base el no causar sufrimiento-.
En España cualquiera quiere ejercer su cuota de poder. España fue y sigue siendo un país castizo, es decir, un país de castas (ya antes que los de Podemos, lo explicó magistralmente Américo Castro en uno de sus ensayos) y en este caso se han juntado dos de las más poderosas: la casta médica y la casta jurídico-moral para obligar a que la intimidad dolorosísima de una familia con una hija gravemente enferma y desahuciada, haya de salir a la luz para reinvindicar algo que recoge la ley desde 2002 pero no aplica esos poderes siempre retrógrados y con el espada de Damocles de la moral católica a la sombra. Es necesario que otra casta, la del cuarto poder, vea la noticia y decida airearla para que el derecho -EL DERECHO- de unos ciudadanos a que cese la agonía de su hija se vea reconocido.
Estela Ordóñez, Antonio Lago y Andrea Lago Ordóñez, desde este página, siento muchísimo que hayáis tenido que exponeros a la opinión pública para poder ejercer el derecho de Andrea a morir con dignidad y aunque sólo sea de refilón, imagino el amor que a lo largo de doce años habéis sembrado para poder llegar con la cara bien alta, el gesto sereno y la voz firme a exigir ante todos la dignidad para una sola persona: vuestra hija.
Es imposible saber -si no se siente- el sentimiento de estas dos personas ante una decisión tan grave. Y si no se han vivido doce años luchando a brazo partido contra un enemigo que sabes que es más fuerte, no se puede entender la valentía, el sentido común y el amor que se ha de sentir para lanzarse a los medios de comunicación y arriesgarse a todas las maledicencias, críticas, oprobios y sandeces que les pueden caer encima y todo porque el sempiterno poder había decidido que Andrea tenía que sufrir lo que fuera antes que aliviarle su dolor en base a no se sabe qué principios éticos -cuando la ética, como dice Javier Sádaba, tiene como base el no causar sufrimiento-.
En España cualquiera quiere ejercer su cuota de poder. España fue y sigue siendo un país castizo, es decir, un país de castas (ya antes que los de Podemos, lo explicó magistralmente Américo Castro en uno de sus ensayos) y en este caso se han juntado dos de las más poderosas: la casta médica y la casta jurídico-moral para obligar a que la intimidad dolorosísima de una familia con una hija gravemente enferma y desahuciada, haya de salir a la luz para reinvindicar algo que recoge la ley desde 2002 pero no aplica esos poderes siempre retrógrados y con el espada de Damocles de la moral católica a la sombra. Es necesario que otra casta, la del cuarto poder, vea la noticia y decida airearla para que el derecho -EL DERECHO- de unos ciudadanos a que cese la agonía de su hija se vea reconocido.
Estela Ordóñez, Antonio Lago y Andrea Lago Ordóñez, desde este página, siento muchísimo que hayáis tenido que exponeros a la opinión pública para poder ejercer el derecho de Andrea a morir con dignidad y aunque sólo sea de refilón, imagino el amor que a lo largo de doce años habéis sembrado para poder llegar con la cara bien alta, el gesto sereno y la voz firme a exigir ante todos la dignidad para una sola persona: vuestra hija.