Así parece ser que ocurre cuando el cansancio nos asalta, que los ojos se hacen grandes. Me lo ha dicho Violeta cuando le he comentado que tenía sueño acumulado de toda la semana levantándome temprano, más la anterior pero el cansancio no ha venido por el madrugar -me he solido acostar temprano- sino por el aburrimiento tenaz de los malos profesores.
Ser pedagogo es un arte (o cuando menos un oficio) y necesita de talento y esfuerzo. Cuando te encuentras frente a una persona que no sabe transmitir sus conocimientos, teniendo tú la obligación de aprenderlos, el tiempo pasa lento y los ojos se hacen grandes. Así he pasado las dos últimas semanas: intentando aprender unos programas informáticos para poder realizar un trabajo -que en nada me atañe, puro trabajo alimenticio- enseñados por dos pésimas profesoras ¿Qué es ser un pésimo profesor? Es no tener método, ni virtud para atrapar al alumno en tu discurso. Porque estoy convencido de que el más árido de los temas se puede impartir con el más dulce de los discursos hasta hacerlo ameno, incluso querido. Me ha ocurrido leyendo matemáticas, la más antipática, para mí, de cuantas materias mi curiosidad ha tentado. Hay un libro llamado la Música de los Números Primos de Marcus du Sautoy, editado por Acantilado, en donde narra de forma brillante, emocionante en muchas ocasiones, el misterio de los números primos, ésos que sólo pueden dividirse por sí mismos y por la unidad. Y por enlazar con pequeña broma, uno siente que está haciendo el primo (en su polisemia evidente) cuando pasan las horas (seis al día) escuchando a una cotorra que salta de una cosa a la otra sin ton ni son y al mismo tiempo te obliga a que tú sepas lo que es importante o no de lo que ella parlotea y cuando levantas la mano y le dices que si lo que acaba de decir (una evidencia para ella, una incógnita absoluta para tí) es importante, te mira furibunda y te suelta algo parecido a, ¡Ah, no voy a ser yo la que te diga lo que tienes que apuntar,de eso nada! ¡Eso lo tienes que saber tú! y sigue delirando entre segmentos de clientes, portabilidades (qué horrible palabra), aplicaciones absurdas para problemas absurdos de teléfonos móviles que más parecen en boca de la que explica Naves interestelares que aparatos de toda la vida para comunicarte con otro que no está al alcance de tú voz, y planes de precios (que siempre buscan estafar al que menos tiene y premiar al que gasta más) y de ahí, como golondrina en primavera (por hacer algo bonito lo que es puro esperpento), un salto cuántico a Alta Ko en el SVP una vez validada la línea para derivar cansinamente y por poner un ejemplo a Unigis o al Cuaderno de Servicios en Clarify 10.5 que es el programa más retrasado mental que a mis oídos se ha ofrecido. De lo que estoy convencido es que no es por el programa en sí, sino por la señora formadora que no tenía ni pajolera idea de cómo se enseña un sencillo manual. Y cuando al final te sometes a la última prueba, la que decide si te pondrás a trabajar a los pocos días y haces un examen con preguntas que nunca se contestaron y no te dan la nota y te dice que de los ocho que quedábamos cuatro han de irse porque así lo quiere el todopoderoso Cliente (una famosa compañía de telecomunicaciones) y tú eres uno de ellos (y yo también) y has de irte sin saber qué nota sacaste, ni qué criterios siguieron para la selección entonces, mientras conversas con los otros tres compañeros no seleccionados (entre ellos una mujer que sabía muy bien toda la materia. La que mejor la sabía porque llevaba trabajando años en ese sector), te arrepientes un poco de no haberles dicho, con una hermosa sonrisa, antes de abandonar el aula de tortura, Si a mí me echáis porque creéis que no sabría hacer mi trabajo, a vosotras dos os tendrían que despedir ya porque habéis demostrado que no habéis sabido hacer el vuestro.
Ser pedagogo es un arte (o cuando menos un oficio) y necesita de talento y esfuerzo. Cuando te encuentras frente a una persona que no sabe transmitir sus conocimientos, teniendo tú la obligación de aprenderlos, el tiempo pasa lento y los ojos se hacen grandes. Así he pasado las dos últimas semanas: intentando aprender unos programas informáticos para poder realizar un trabajo -que en nada me atañe, puro trabajo alimenticio- enseñados por dos pésimas profesoras ¿Qué es ser un pésimo profesor? Es no tener método, ni virtud para atrapar al alumno en tu discurso. Porque estoy convencido de que el más árido de los temas se puede impartir con el más dulce de los discursos hasta hacerlo ameno, incluso querido. Me ha ocurrido leyendo matemáticas, la más antipática, para mí, de cuantas materias mi curiosidad ha tentado. Hay un libro llamado la Música de los Números Primos de Marcus du Sautoy, editado por Acantilado, en donde narra de forma brillante, emocionante en muchas ocasiones, el misterio de los números primos, ésos que sólo pueden dividirse por sí mismos y por la unidad. Y por enlazar con pequeña broma, uno siente que está haciendo el primo (en su polisemia evidente) cuando pasan las horas (seis al día) escuchando a una cotorra que salta de una cosa a la otra sin ton ni son y al mismo tiempo te obliga a que tú sepas lo que es importante o no de lo que ella parlotea y cuando levantas la mano y le dices que si lo que acaba de decir (una evidencia para ella, una incógnita absoluta para tí) es importante, te mira furibunda y te suelta algo parecido a, ¡Ah, no voy a ser yo la que te diga lo que tienes que apuntar,de eso nada! ¡Eso lo tienes que saber tú! y sigue delirando entre segmentos de clientes, portabilidades (qué horrible palabra), aplicaciones absurdas para problemas absurdos de teléfonos móviles que más parecen en boca de la que explica Naves interestelares que aparatos de toda la vida para comunicarte con otro que no está al alcance de tú voz, y planes de precios (que siempre buscan estafar al que menos tiene y premiar al que gasta más) y de ahí, como golondrina en primavera (por hacer algo bonito lo que es puro esperpento), un salto cuántico a Alta Ko en el SVP una vez validada la línea para derivar cansinamente y por poner un ejemplo a Unigis o al Cuaderno de Servicios en Clarify 10.5 que es el programa más retrasado mental que a mis oídos se ha ofrecido. De lo que estoy convencido es que no es por el programa en sí, sino por la señora formadora que no tenía ni pajolera idea de cómo se enseña un sencillo manual. Y cuando al final te sometes a la última prueba, la que decide si te pondrás a trabajar a los pocos días y haces un examen con preguntas que nunca se contestaron y no te dan la nota y te dice que de los ocho que quedábamos cuatro han de irse porque así lo quiere el todopoderoso Cliente (una famosa compañía de telecomunicaciones) y tú eres uno de ellos (y yo también) y has de irte sin saber qué nota sacaste, ni qué criterios siguieron para la selección entonces, mientras conversas con los otros tres compañeros no seleccionados (entre ellos una mujer que sabía muy bien toda la materia. La que mejor la sabía porque llevaba trabajando años en ese sector), te arrepientes un poco de no haberles dicho, con una hermosa sonrisa, antes de abandonar el aula de tortura, Si a mí me echáis porque creéis que no sabría hacer mi trabajo, a vosotras dos os tendrían que despedir ya porque habéis demostrado que no habéis sabido hacer el vuestro.