Viene de los paisajes fríos, de la noche aún. ¡La noche! ¡La noche! Y en esa noche pensaba en los mundos que no veía. Con la manos palpaba. Los poros de la piel abiertos. A las lluvias. A los oleajes.
Y a partir de ahí cantó:
¡He llegado hasta aquí a oscuras! Juro que he atravesado ríos anchísimos y la dulzura del agua se teñía de sabor a oro. Oro había. En mitad de sus corrientes he permanecido. Desnudo de cintura para abajo, cubierto el torso con la capa de la invisibilidad susurraba cancioncillas a las aves que maduraban en los nidos y a los roedores de las orillas los cuales, avizores, escuchaban con hambre las melodías.
Atravesados los anchurosos ríos, descansó en los juncales cuyos flexípedes tallos acariciaron su rostro mientras soñaba la casa, el alimento, la compañía de su hija, el juego de mesa y el final del día.
Más tarde cantaría:
¿Cuándo me dejé llevar por la pereza? ¿Cuándo desfallecía en la pendiente? Mi cayado se apoyó en la piedra y al romperse apareció la gema. No quise cogerla. No quise guardarla en mi bolsillo. Dejé que el tiempo la cubriera de nuevo y siguiera su maduración en el vientre lento.
¿Cuándo renegué de ti? ¿Cuándo oscureció tanto? Reconozco que alguna vez me quedé dormido y en el sueño perseguí tus cabellos lacios y jamás los alcancé. Sé que quise estar dentro. Sé que el impulso me dejó hueco. Sé que las praderas pertenecieron a los gigantes y que hubo una mañana para todo esto. Sé que vuelvo por el mismo camino ¡tan cambiado! Sé que las vides someterán a los hombres a la ferocidad de su canto (por la fermentación de ideas como alterar la visión del roble o someter la madera de sauco a la curva de la cuna). Sé la inopia. La inopia. Y aún con todo, descubriéndote mis más irracionales, no pienses que desfloro el orbe a cada paso ni que la madriguera servirá para ritos de iniciados. Estoy aquí. Sólo es eso. Estoy aquí.
Y a partir de ahí cantó:
¡He llegado hasta aquí a oscuras! Juro que he atravesado ríos anchísimos y la dulzura del agua se teñía de sabor a oro. Oro había. En mitad de sus corrientes he permanecido. Desnudo de cintura para abajo, cubierto el torso con la capa de la invisibilidad susurraba cancioncillas a las aves que maduraban en los nidos y a los roedores de las orillas los cuales, avizores, escuchaban con hambre las melodías.
Atravesados los anchurosos ríos, descansó en los juncales cuyos flexípedes tallos acariciaron su rostro mientras soñaba la casa, el alimento, la compañía de su hija, el juego de mesa y el final del día.
Más tarde cantaría:
¿Cuándo me dejé llevar por la pereza? ¿Cuándo desfallecía en la pendiente? Mi cayado se apoyó en la piedra y al romperse apareció la gema. No quise cogerla. No quise guardarla en mi bolsillo. Dejé que el tiempo la cubriera de nuevo y siguiera su maduración en el vientre lento.
¿Cuándo renegué de ti? ¿Cuándo oscureció tanto? Reconozco que alguna vez me quedé dormido y en el sueño perseguí tus cabellos lacios y jamás los alcancé. Sé que quise estar dentro. Sé que el impulso me dejó hueco. Sé que las praderas pertenecieron a los gigantes y que hubo una mañana para todo esto. Sé que vuelvo por el mismo camino ¡tan cambiado! Sé que las vides someterán a los hombres a la ferocidad de su canto (por la fermentación de ideas como alterar la visión del roble o someter la madera de sauco a la curva de la cuna). Sé la inopia. La inopia. Y aún con todo, descubriéndote mis más irracionales, no pienses que desfloro el orbe a cada paso ni que la madriguera servirá para ritos de iniciados. Estoy aquí. Sólo es eso. Estoy aquí.