Libro de los paisajes

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/06/2014 a las 10:44

Es larga y ancha la llanura sólo que la rama del único árbol no lo sabe; a lo lejos (de esa observadora que no sabe que observa) las turbulencias del aire, las diferencias que se crean entre lo frío y lo caliente forman el germen del tornado, cuanta más diferencia de presión más violento será. Mientras, cerca de la rama del único árbol, la hierba se peina, el saltamontes no encuentra la cima, el gorrión alza el vuelo una vez más, la lombriz desentraña los misterios de la tierra, la raíz hurga, la hoja a punto de caer ha aguantado el penúltimo embate de un aire, los terrones de tierra seca se desmenuzan como cuentas de un rosario y el sol se eleva con esa apariencia de emperador que enmascara su realidad de enano; la llanura ancha y larga está vacía, ningún sentimiento reconocible la está recorriendo en este momento, ni se escucha cómo remotamente las pisadas de un ejército en formación se acercan, ni hay una carretera cercana, ni una estación de repostaje, ni las aspas de un helicóptero por medio del efecto Doppler se van agudizando y mucho menos se atisba la posibilidad de oleaje o regato; no hay agua en la llanura ancha y larga, quizá, invisible para la rama, aguas freáticas alimenten su ser, pero así a simple vista de rama de único árbol, ni gota de agua; la turbulencia del horizonte se va conformando, pronto las corrientes se unirán y crearán una masa de polvo y aire que comenzará a viajar por la llanura y, según las pasión de las presiones, producirá la devastación a su paso o, quizá menos, sea un alegre vendaval en un día rutinario.
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