Y cuando se hace presente es la música que vuelve; es la sensación de algo conocido, muy conocido, y sin embargo, ya, inasequible. Sé que a veces hago el ridículo expresando mis emociones sin careta. Sé que a veces llego a la sensiblería y eso produce en mí el escarnio de mí o de otro. Pero, aunque de muy lejos, cuando sé que estuve allí, que te vi así, que luego nos sentimos como nos sentimos, siento un gusto extraño porque se mezclan la felicidad con el miedo, el arrebato con la razón, la decisión con la duda, el intervalo con la continuidad, el espejismo con la regla, la calidez con el espanto, la belleza con lo muerto, la ansiedad con el desencanto, lo uno sin el dos, la mañana en la ventana, la alcoba sin cortinas, la mirada enajenada, la tos por las paredes, el colchón reseco, la espada y su vaina, el almohadón y el clavo, la ceremonia y el aire, la gratitud y el descaro, el invierno y la acampada, la manta con el lago, la ardilla con la nuez, las hojas de otoño y el caminar descalzo, la suavidad y el fuego, la ternura con el vino, la caricia con la broma, la quietud y el aire, la vigilia y la sopa, el mendrugo y la aspirina, la sensatez con la codicia, el hogar con el aullido, la cerca y lo lejos, la magnitud y el tiempo, la osadía con el paraguas, la temeridad y el ocaso, la mano y el descenso, la pluma y el molino, la ausencia con el cubo, el alma y el torrente, la esencia y la multitud, la esclava y el tesoro, la muesca y la araña, la bendición y la tragedia, el aleteo con la braza, el musgo con las heridas, la lluvia y los mandriles, la selva y la cirugía, el chocolate con el alba, la toalla y el deseo, el vaho con las tortillas, la duda con la melancolía; así se mezclan, sin enturbiarse.