Cuando Rubén la vio al volver al café del centro, Laura estaba sentada en la misma mesa de la primera vez sólo que entonces llevaba su pelo rojizo suelto y ahora lo llevaba recogido en una coleta; estaba leyendo un libro muy grueso -de más de mil páginas pensó Rubén- y de a pocos tomaba notas en un cuaderno; bebía un té con limón; iba vestida con una minifalda vaquera, leotardos negros, botines también negros y un jersey de cuello de cisne rosa. Rubén se sintió osado -o no podía por menos que ser osado- y eligió para sentarse la mesa más próxima a la de ella. Con gesticulación forzada llamó la atención del camarero y la de ella que levantó la vista de las hojas y clavó sus ojos de miel en los verdes de él. Quizá dudó un momento si le conocía -quizá no y tan sólo fue el tiempo necesario para tomar una decisión- y le mostró una sonrisa cuando le dijo, ¡Vaya, si está aquí lo que a lo mejor espero!
El día ocho de septiembre, ocho meses y cinco días tras San Blas, Rubén escribió en su Cuaderno Marrón:
El día ocho de septiembre, ocho meses y cinco días tras San Blas, Rubén escribió en su Cuaderno Marrón: