La palabra secreta

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 02/07/2011 a las 10:51

Desierto de Somalia
La palabra secreta no sale de mis labios. En el alba, cuando los vencejos vuelan y comen, la palabra secreta digiere contenidos y sonríe a este mundo bellísimo e infame donde cuerdas y alambradas, segmentos y longanizas, lombardas y estrellas, manos y espaldas se entrecruzan a un ritmo frenético y luego, lentamente, en la noche -metáfora en este caso de descanso y silencio- se desligan y vagan por los alrededores de los encuentros y las alamedas.
La palabra secreta, La que no se pronuncia, adquiere el tono de los colores de la tarde, aquéllos del otoño cuando es verano o aquéllos del invierno cuando dos galaxias, en los bordes del Universo, se encuentran y crean un agujero negro supermasivo. La palabra secreta alienta los dones de los hombres sin ser jamás pronunciada. Hay algo en ella de ancestral, de tiempo de caverna, de bajo que marca la pauta de un ritmo africano, de seda en la calma del gusano, de aire en los vientos australes, de rapsoda en los desiertos más solitarios.
Nunca sometida. Siempre libre. Siempre jocosa. Puerto. Casa. Refugio.
En la invocación libre. Cuando el quehacer de un hombre desrritualiza lo que en sí, realmente, no trasciende. Sobre la mar de los pensamientos libres. Agua clara. Fuego limpio. Aire envuelto en densidades. Tierra fértil. ¡Verde, verde, verde, verde! Madera en el bosque virgen.
Música sin elaboración. Musgo sin sol. Camino que se cierra y se abre a merced de un ritmo sin medida. Eléboro. Madreselva. Jipi-japa. Caftán. Soliloquio. Faro.
La palabra secreta no guarda ningún misterio.
Ni es ningún arcano.
Ni se somete a arquetipo alguno.
Ni es propiedad de los iniciados.
No es dominada por soberbios sacerdotes.
Ni casta alguna la atesora.
Ni viento la levanta, ni ola la cubre, ni fuego la quema, ni tierra la germina.

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