La muerte es ausencia. Lo demás es una especulación teñida ora de trascendencia ora de misticismo ora de materialismo. Morir es ausentarse de la tierra. Es no volver a tomarse unos vinos, no volver a llamar por teléfono, no esperar encontrarse con alguien.
Vivir es morir.
Morir es no ver nunca más el torneo de tenis de Indian Wells. No acariciar nunca más la tierra donde viviste. No colocar nunca más el cuadro que estaba un poco torcido. Morir es no poder ir a visitar a tu hijo. No subir al Monte Viejo. No conducir el último coche. No ver la escarcha. No sentir el brote de la estación nueva.
Vivir es morir.
Siento en estos días la energía de tanta desaparición, una muy cercana, la de A.T.P., un hombre que luchó contra el cáncer durante años. Un hombre bueno, de una tierra buena, austera. Lo conocí hace veinte años. Era el mayor de su familia y ejercía de tal (con lo que conlleva tanto de derechos como de deberes). Luego, por avatares de la vida, dejamos de vernos y hace un tiempo supe que se encontraba muy enfermo. Le vi un día a la salida del hospital. Era otro y era él. Ha muerto ayer. Y lo siento como cuando una balada nos devuelve a un tiempo que en algún momento fue feliz: un verano al principio de una relación; una conversación con un buen vino; un atisbo de cariño; un recuerdo para siempre, esas cosas... y también siento, estos días, la muerte en Japón. Hace muchos años soñé que Japón entero quedaba anegado por el agua. Yo paseaba por sus calles inundadas con la hermana de A.T.P.
Tantos desaparecidos, tantas fotos mojadas; tantos recuerdos arrastrados por un mar del todo inocente de sus desastres; tantas lágrimas, tanto miedo, tanta, tantísima ausencia de golpe en el mundo. Eso es lo que siento: diez millares de ausencias a la vez.
Querido A.T.P. espero que lo que desearas se esté cumpliendo. Ahora seguiré con mi vida que es morir. Morir es no poder seguir vivo aquí y sentir que el tiempo es eterno y puedo gastarlo, como un millonario, en algo totalmente inútil como ver El Club de la Comedia, el torneo de Indian Wells o una pelicula mala.
Vivir es morir.
Morir es no ver nunca más el torneo de tenis de Indian Wells. No acariciar nunca más la tierra donde viviste. No colocar nunca más el cuadro que estaba un poco torcido. Morir es no poder ir a visitar a tu hijo. No subir al Monte Viejo. No conducir el último coche. No ver la escarcha. No sentir el brote de la estación nueva.
Vivir es morir.
Siento en estos días la energía de tanta desaparición, una muy cercana, la de A.T.P., un hombre que luchó contra el cáncer durante años. Un hombre bueno, de una tierra buena, austera. Lo conocí hace veinte años. Era el mayor de su familia y ejercía de tal (con lo que conlleva tanto de derechos como de deberes). Luego, por avatares de la vida, dejamos de vernos y hace un tiempo supe que se encontraba muy enfermo. Le vi un día a la salida del hospital. Era otro y era él. Ha muerto ayer. Y lo siento como cuando una balada nos devuelve a un tiempo que en algún momento fue feliz: un verano al principio de una relación; una conversación con un buen vino; un atisbo de cariño; un recuerdo para siempre, esas cosas... y también siento, estos días, la muerte en Japón. Hace muchos años soñé que Japón entero quedaba anegado por el agua. Yo paseaba por sus calles inundadas con la hermana de A.T.P.
Tantos desaparecidos, tantas fotos mojadas; tantos recuerdos arrastrados por un mar del todo inocente de sus desastres; tantas lágrimas, tanto miedo, tanta, tantísima ausencia de golpe en el mundo. Eso es lo que siento: diez millares de ausencias a la vez.
Querido A.T.P. espero que lo que desearas se esté cumpliendo. Ahora seguiré con mi vida que es morir. Morir es no poder seguir vivo aquí y sentir que el tiempo es eterno y puedo gastarlo, como un millonario, en algo totalmente inútil como ver El Club de la Comedia, el torneo de Indian Wells o una pelicula mala.