Es muy difícil ser equitativo. Saber la medida. La equidad se suele solventar en juicio salomónico. Y no es eso. Medir es un arte. Componer el rompecabezas. No dejarse nada. Coger al vuelo las sensaciones y ponerlas como una pieza más encima de la mesa. Y componer, sabiendo que cabe la posibilidad de lo espantoso... o de lo amable. Repartir -una de las cualidades de la equidad- alivia y al mismo tiempo hace responsable. En las relaciones humanas, en muy pocas ocasiones, la absoluta inocencia y la absoluta culpa son absolutas. Existen pero son las menos. La equidad alivia del dolor y de la responsabilidad de vivir. Al cargarse uno de algunos de los resortes de una relación -aunque éstos sean funestos o nefastos o crueles- ocurre que la tonalidad cambia porque al asumir lo propio malo se puede, en ese momento, asumir lo malo del otro. La equidad es una vía.