Sonaba y no quería abrir los ojos. Estaba bien en su mundo oscuro. Quería creer -y de hecho lo creyó- que soñaba y así todo lo que ocurrió a partir de ese momento fue un sueño. Entraba un delicioso olor a mermelada de bayas del bosque y sin embargo era un olor que venía de un cuerpo, no de un vegetal. Venía de un cuerpo de mujer. No lograba saber si la mujer estaba muy cerca o si era una distancia considerable que el sueño, con sus milagrosas cualidades, permitía acortar. Ese olor, como una marea, como un cosquilleo comenzó a descender por el vientre de Milos Amós y cuando llegó a su miembro, también de forma milagrosa porque desde un tiempo casi inmemorial la excitación como mucho se había quedado en sus costillas, lo empezó a engordar a golpes de sangre. No llegó a gemir Milos pero si tragó saliva y se quedó más quieto para que nada distrajese a la sangre de su empuje y su polla fue creciendo, fue creciendo y Milos sonrió porque pensó que su polla debía de ser más grande que él mismo porque seguía creciendo y más y más. Cuando casi le llegó a doler tanta hermosura, sintió un dedo que recorría su mejilla, un calor que lo rodeaba entero, una piel ajena a la suya y una respiración en todo femenina. Luchaba Milos Amós por no abrir los ojos. No quería ver. Descubrió, en esa oscuridad, que si no veía ningún sueño se desvanecía, porque incluso si aquel cuerpo que estaba tan cerca del suyo era el cuerpo de un hombre dispuesto a someterle o era el cuerpo de una mujer horrísona con visos de serpiente, nada de eso le atañía. Pensó en su devaneo, pensó en su creer soñar, en animales mitológicos, en mezclas hasta cómicas de mineral y mujer, incluso en diosas que extraviadas de sí mismas habían dado con aquel pobre mortal que era él. En esos ensueños estaba cuando las manos de aquel ser bajaron su pantalón y permitieron a su miembro que, como bandera que por fin ondea al aire, se explayase en su enormidad. La otra mano acarició sus gónadas y pronto, más quizá de lo que hubiera deseado en un sueño perfecto, la entrepierna velluda de una mujer se colocó sobre él e introdujo su miembro en ella ¡Oh, se dijo! -lo dijo pero sin pronunciarlo- ¡Oh, oh, oh! y así eran los oh, acordes en todo con el movimiento de la mujer y su mar interior, con el crescendo propio del amor carnal, hasta llegar al final, hasta que la polla se convierte en un surtidor de esencias blancas y el coño resulta el recipiente donde la vida se mece. Tras el goce no se quedó dormido -porque se creía ya dormido-, no abrió los ojos hasta que se hubo hecho el silencio en el chamizo y entonces vio que junto a él había dos hogazas de pan, una jarra de leche y un paquete de cigarrillos con mechero.
La Solución 6. Movimiento
Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 03/12/2008 a las 11:35
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