Primera hora
Todavía no lo sé.
Segunda hora
Ha sido un movimiento, una alteración. El mal. El mal.
Tercera hora
Se produce una congestión en el centro de la frente. Aún no la razono. Nada hay razonable. Pienso en el trabajo, en la carne picada: restos de restos mezclados. Pienso en la química de la mostaza. En la ausencia de frutos. En la hambruna. En el ser humano. Aprieto los dientes sin ser consciente. Pero ya respiro, de improviso, una gran bocanada de aire.
La locura, lo sé, necesita oxígeno.
Cuarta hora
No tengo hambre. No quiero hacer nada. El sonido de una puerta me inquieta. Intento no pensar. No saber. No recordar. Pero pienso. Sé. Recuerdo.
Quinta hora
Pavor. Lo resuelvo mal. Lo dejo a medias. La frente parece hincharse. Es como si me hubieran clavado una chincheta y no encontrara su cabeza.
Sexta hora
El mal no me abandonará jamás. ¡Me cago en Dios!
Séptima hora
Me ciega la luz. Ruego al destino que nadie se me cruce en el camino. No controlo en absoluto mi estado de ánimo. La ira. La ira. La ansiedad. La ira de nuevo. Como cada parada del autobús. La risa de alguien. Miro hacia abajo. Mi mirada debe desprender odio. ¿Por qué odio? ¿Qué está pasando? Por primera vez soy consciente y eso me calma algo. Larga e intensa bocanada de aire. Oxígeno para lo que está por venir.
Desde la octava hasta la decimosexta hora
¿Cómo estoy aquí?
¿Por qué comen animales podridos?
¿Qué le pasa a la cebolla?
¿Volveré a estar tranquilo?
¿Tendré que volverme a ir? ¿Subir a la montaña? ¿Morir allí?
¿Por qué viene hoy a la mujer a la que le recuerdo a Andreas Kartak?
¿Por qué le ruego que no me dirija la palabra?
¿Por qué me ha mirado con compasión?
¡Maldita, maldita compasión!
¿Por qué hoy?
¿Cuándo acabará este macabro trabajo? ¿Dar de comer a las Bestias?
¿Cómo coño se puede decir que una hamburguesa puede ser feliz?
¡Aire, aire, aire!
Aprieto los dientes para no abrirle la cabeza al coreano.
Aprieto los dientes tanto que me mello una muela. Me trago las esquirlas de la muela.
Nunca llega la hora de salir.
¿Han parado los relojes?
¿Por qué ha tenido que venir hoy el supervisor y exigirme que sonría más?
¿Me ha recordado que aún estoy a prueba?
¿Han probado a sonreir lleno de ira?
¡Por fin! ¡Por fin!
Decimoséptima hora
Al golpearme la cara. Fuerte. Muy fuerte. Al arrancarme los cabellos. Al golpearme el estómago. No he logrado sacármelo. El demomio sigue ahí dentro. ¿Se irá? ¿Se irá? Dios mío, Alma bendita, Corazón paciente, Sanador de todo, Última esperanza, sácalo de mí, sácalo de mí, te lo ruego por tu infinita Bondad.
Decimoctava hora
He roto dos puertas y la vajilla. He gritado tanto que no tengo voz. Estoy mejor.
Vigésima hora
La policía. Les he reconocido que he tenido un ataque de pánico. Les pido perdón a los vecinos del rellano de mi escalera. Un mal día, es mi único argumento. Los policías dejan que me quede tras ofrecerme el traslado a un hospital. No, gracias. No. Cierro la puerta.
Desde la vigesimoprimera hora hasta la primera hora del día siguiente
El mal entra cuando quiere y me atenaza. No tengo armas contra él. Volverá, una vez y otra. Volverá. Volverá. Volverá...
Todavía no lo sé.
Segunda hora
Ha sido un movimiento, una alteración. El mal. El mal.
Tercera hora
Se produce una congestión en el centro de la frente. Aún no la razono. Nada hay razonable. Pienso en el trabajo, en la carne picada: restos de restos mezclados. Pienso en la química de la mostaza. En la ausencia de frutos. En la hambruna. En el ser humano. Aprieto los dientes sin ser consciente. Pero ya respiro, de improviso, una gran bocanada de aire.
La locura, lo sé, necesita oxígeno.
Cuarta hora
No tengo hambre. No quiero hacer nada. El sonido de una puerta me inquieta. Intento no pensar. No saber. No recordar. Pero pienso. Sé. Recuerdo.
Quinta hora
Pavor. Lo resuelvo mal. Lo dejo a medias. La frente parece hincharse. Es como si me hubieran clavado una chincheta y no encontrara su cabeza.
Sexta hora
El mal no me abandonará jamás. ¡Me cago en Dios!
Séptima hora
Me ciega la luz. Ruego al destino que nadie se me cruce en el camino. No controlo en absoluto mi estado de ánimo. La ira. La ira. La ansiedad. La ira de nuevo. Como cada parada del autobús. La risa de alguien. Miro hacia abajo. Mi mirada debe desprender odio. ¿Por qué odio? ¿Qué está pasando? Por primera vez soy consciente y eso me calma algo. Larga e intensa bocanada de aire. Oxígeno para lo que está por venir.
Desde la octava hasta la decimosexta hora
¿Cómo estoy aquí?
¿Por qué comen animales podridos?
¿Qué le pasa a la cebolla?
¿Volveré a estar tranquilo?
¿Tendré que volverme a ir? ¿Subir a la montaña? ¿Morir allí?
¿Por qué viene hoy a la mujer a la que le recuerdo a Andreas Kartak?
¿Por qué le ruego que no me dirija la palabra?
¿Por qué me ha mirado con compasión?
¡Maldita, maldita compasión!
¿Por qué hoy?
¿Cuándo acabará este macabro trabajo? ¿Dar de comer a las Bestias?
¿Cómo coño se puede decir que una hamburguesa puede ser feliz?
¡Aire, aire, aire!
Aprieto los dientes para no abrirle la cabeza al coreano.
Aprieto los dientes tanto que me mello una muela. Me trago las esquirlas de la muela.
Nunca llega la hora de salir.
¿Han parado los relojes?
¿Por qué ha tenido que venir hoy el supervisor y exigirme que sonría más?
¿Me ha recordado que aún estoy a prueba?
¿Han probado a sonreir lleno de ira?
¡Por fin! ¡Por fin!
Decimoséptima hora
Al golpearme la cara. Fuerte. Muy fuerte. Al arrancarme los cabellos. Al golpearme el estómago. No he logrado sacármelo. El demomio sigue ahí dentro. ¿Se irá? ¿Se irá? Dios mío, Alma bendita, Corazón paciente, Sanador de todo, Última esperanza, sácalo de mí, sácalo de mí, te lo ruego por tu infinita Bondad.
Decimoctava hora
He roto dos puertas y la vajilla. He gritado tanto que no tengo voz. Estoy mejor.
Vigésima hora
La policía. Les he reconocido que he tenido un ataque de pánico. Les pido perdón a los vecinos del rellano de mi escalera. Un mal día, es mi único argumento. Los policías dejan que me quede tras ofrecerme el traslado a un hospital. No, gracias. No. Cierro la puerta.
Desde la vigesimoprimera hora hasta la primera hora del día siguiente
El mal entra cuando quiere y me atenaza. No tengo armas contra él. Volverá, una vez y otra. Volverá. Volverá. Volverá...