Epitafio por una isla en este domingo cinco de febrero. Islas que se podrían resumir en una de ellas, una isla mayor del pensamiento, un hombre aislado. Me refiero a Montaigne, isla que sólo habla de sí misma y al hacerlo nos habla de todos nosotros. Islas que a veces formamos archipiélagos. Islas que lanzan lenguas de tierra entre el mar, terreno movedizo de nosotros mismos, rodeados por él. Acosados.
Las islas, ya lo dijimos, atesoran dos opuestos: el aislamiento y la posibilidad de compañía. El encuentro.
Epitafio por una isla en este domingo cinco de febrero a cargo de Montaigne, extraño maestro sin discípulos:
No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquel que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida.
Vigésimo ensayo del volumen I titulado De cómo filosofar es aprender a morir.
Sería una buena forma de pasar la tarde.
Las islas, ya lo dijimos, atesoran dos opuestos: el aislamiento y la posibilidad de compañía. El encuentro.
Epitafio por una isla en este domingo cinco de febrero a cargo de Montaigne, extraño maestro sin discípulos:
No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en cualquier lugar. La premeditación de la muerte es premeditación de la libertad. El que aprende a morir, aprende a no servir. El saber morir nos libera de toda atadura y coacción. No existe mal alguno en la vida para aquel que ha comprendido que no es un mal la pérdida de la vida.
Vigésimo ensayo del volumen I titulado De cómo filosofar es aprender a morir.
Sería una buena forma de pasar la tarde.