Desde la razón (que es, valga la tautología, lo más razonable para explicarse los asuntos que nos acontecen) puede no tener el más mínimo interés. Mirar hacia atrás, darse cuenta desde una particular perspectiva de los motivos de los comportamientos humanos, es francamente relajante. Desde la razón el mundo se vuelve frío y eso es bueno para el alma de los burgueses como yo (o yo tengo una parte de burgués que no evito) porque permite meditar sobre las cosas desde, digámoslo así, cierta altura, con cierta ironía. Leo los acontecimientos de los hombres desde el futuro de esos hombres y siento penilla como cuando un niño pequeño suelta una ingenuidad que provoca hasta compasión. Figuras capitales como Arquímedes o Tales de Mileto o Ptolomeo III Evergetes o Zaratustra o el Hombre Anónimo que dejó, sobre la piedra de una gruta, inscrita su mano en rojo o la Autora de una parte de la Biblia, la cual vivió en el siglo X a.C., que escribió la denominada escritura yahvista (en oposición a la eloista) porque nombraba como Yahvé al Dios del Antiguo Testamento en vez de los anteriores que lo llamaban Eloi (aunque de nuevo haya ideas opuestas como la del historiador Harold Bloom que asegura que la escritura yahvista es anterior a la eloista. Bloom es también el que asegura que fue la mano de una mujer la que escribió este Antiguo Testamento).
Todos estos seres, tantos, tan lejanos. Con sus ideas. Con sus circunstancias. Desde ahí, digo, la curiosidad de que el otro día quedara con César y con Tere en la calle de Serrano, lugar por donde pasa -y pasaba- el autobús en el que iba al Instituto Santamarca: que luego César me llevara a casa de mi madre y que para ir atravesáramos primero la calle donde vivía Andrés, casa en la que transcurrió tanto y tanto de nuestra adolescencia y juventud, luego la calle donde viví con mi primera mujer, Naya, luego la calle donde vivieron los padres de César y él, y donde también pasamos muchas tardes, a continuación la casa donde vive mi hija y mi segunda mujer, y donde yo viví once años, y llegáramos, claro, a la casa donde nací y viví diez y ocho años de mi vida y me dejara luego en la casa de Pedro, donde vivo actualmente y que este recorrido no hubiera sido premeditado en absoluto y que, para más inri, al día siguiente, fuera a hacer la mudanza de las cosas que me quedaban en casa de mi última pareja, todo este recorrido involuntario, insisto, puede que no tenga interés desde la razón pero desde la intuición (esa otra gran forma de pensamiento humano) es rico, volcánico y atractivo. Desde la intuición el mundo se vuelve vigoroso y excitante. A veces pienso que el Arte no es más que la Historia del Pensamiento Intuitivo.
Todo ocurrió en veinticuatro horas. Todo se dio por una serie de casualidades curiosas: César y Tere no iban a estar en su casa al día siguiente (algo excepcional. Suelen estar casi todos los sábados del año) y me tenían que dar unas llaves para que pudiera entrar . Es a su casa a donde he trasladado todas mis cosas a la espera de tener casa propia. Al mismo tiempo tenía que ir a recoger el seguro del coche a casa de mi madre porque justo al día siguiente vencía el anterior y yo tenía que conducir. Llevamos a Tere a su coche que lo tenía en el aparcamiento del Auditorio Nacional. Y César y yo elegimos el camino más corto desde donde estábamos hasta donde teníamos que ir. Y de repente ambos nos dimos cuenta de que intuitivamente estábamos recorriendo una gran parte de los lugares donde ocurrieron hechos importantes de mi vida ( y de la suya, claro, somos amigos desde hace 32 años) justo el día anterior al que, definitivamente, abandonaba la casa que fue mi hogar durante cinco años.
Todos estos seres, tantos, tan lejanos. Con sus ideas. Con sus circunstancias. Desde ahí, digo, la curiosidad de que el otro día quedara con César y con Tere en la calle de Serrano, lugar por donde pasa -y pasaba- el autobús en el que iba al Instituto Santamarca: que luego César me llevara a casa de mi madre y que para ir atravesáramos primero la calle donde vivía Andrés, casa en la que transcurrió tanto y tanto de nuestra adolescencia y juventud, luego la calle donde viví con mi primera mujer, Naya, luego la calle donde vivieron los padres de César y él, y donde también pasamos muchas tardes, a continuación la casa donde vive mi hija y mi segunda mujer, y donde yo viví once años, y llegáramos, claro, a la casa donde nací y viví diez y ocho años de mi vida y me dejara luego en la casa de Pedro, donde vivo actualmente y que este recorrido no hubiera sido premeditado en absoluto y que, para más inri, al día siguiente, fuera a hacer la mudanza de las cosas que me quedaban en casa de mi última pareja, todo este recorrido involuntario, insisto, puede que no tenga interés desde la razón pero desde la intuición (esa otra gran forma de pensamiento humano) es rico, volcánico y atractivo. Desde la intuición el mundo se vuelve vigoroso y excitante. A veces pienso que el Arte no es más que la Historia del Pensamiento Intuitivo.
Todo ocurrió en veinticuatro horas. Todo se dio por una serie de casualidades curiosas: César y Tere no iban a estar en su casa al día siguiente (algo excepcional. Suelen estar casi todos los sábados del año) y me tenían que dar unas llaves para que pudiera entrar . Es a su casa a donde he trasladado todas mis cosas a la espera de tener casa propia. Al mismo tiempo tenía que ir a recoger el seguro del coche a casa de mi madre porque justo al día siguiente vencía el anterior y yo tenía que conducir. Llevamos a Tere a su coche que lo tenía en el aparcamiento del Auditorio Nacional. Y César y yo elegimos el camino más corto desde donde estábamos hasta donde teníamos que ir. Y de repente ambos nos dimos cuenta de que intuitivamente estábamos recorriendo una gran parte de los lugares donde ocurrieron hechos importantes de mi vida ( y de la suya, claro, somos amigos desde hace 32 años) justo el día anterior al que, definitivamente, abandonaba la casa que fue mi hogar durante cinco años.