Idea

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 07/04/2013 a las 12:03


Ayer por la tarde Raúl me hizo una visita. Sus visitas son como su poesía: cortas e intensas. Yo me había quedado medio dormido antes de que llegara. Creo que soñé con P. (aún estoy haciendo el duelo de P.). Así es que cuando apareció Raúl, imagino, seguiría con el discurso del probable sueño con P. y tras las primeras frases del encuentro sobre hierbas, prevenciones, lógicas metabólicas y un elixir ayurvédico que estoy tomando ahora, nos sentamos en la sala de mi casa con Nilo inquieto (no inquieto por Raúl sino porque el celo ha llegado a las perras) en su casi recién cumplido año de vida. Sorbimos el café y de repente -en esa intensidad de la que hablaba al principio- nos vimos hablando sobre el amor, sobre las relaciones personales, sobre la justicia del juicio sobre los demás. Y entonces me vi arguyendo lo siguiente:

1.-  Que la soledad, la falta de relaciones sociales no empequeñecen, necesariamente, el mundo de una persona.

2.- Que una de las causas fundamentales del supuesto derecho que muchos se otorgan de juzgar a los demás viene dado por la idea de La Idea. La Idea en su sentido platónico (o posteriormente en su sentido hegeliano). Es decir La Idea como parangón, como esencia de la cosa, como pureza de la cosa. Por poner un ejemplo la idea de Hombre. Por ejemplo la idea de Belleza. Por ejemplo la idea de Dios. La idea, en fin, como aquello a lo que deberíamos tender para ser Puros, Perfectos. Argüía que la idea de La Idea provoca frustración y como consecuencia juicio de valor. Sin Idea se aliviaría la frustración.

3.- Que el amor no existe necesariamente. Hablábamos en este caso del amor de pareja. Argüí entonces que en el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrel se fechaba la invención del amor al final del Imperio Romano. No aseguraba que el amor no existe sino que no existe necesariamente. Que podría ser una sublimación, una Idea que atase los lazos para una existencia reproductora más protegida, más segura. Porque pienso que a esas necesidades tiende el ser humano: reproducción, protección, seguridad, compañía (más el larguísimo e inagotable tema de la civilización, las cuestiones de herencia etc...). Y recordaba un ensayo de Engels sobre la familia.

Discutimos pues. Argumentamos con ricas y deliciosas razones. Acordamos algunos puntos (en los temas 1 y 3 estábamos en absoluto desacuerdo). Raúl se fue. Luego vi la película El Secreto de sus ojos. Me pareció mejor que la primera vez que la vi. Recuerdo que esa primera vez la vi cuando yo me encontraba en un momento de mi vida en el que todo me parecía una mierda, exactamente como me sentía yo. De hecho ahora, que me siento menos miserable, estoy releyendo y viendo aquello que leí o vi en esa época y estoy descubriendo que, efectivamente, el mundo no es sino interpretación (o voluntad y representación. Schopenhauer). Y al hilo de ese devenir pensé que lo hablado con Raúl por la tarde no era ni más ni menos que un instante. Que toda interpretación del mundo sólo es un instante, todo presente.

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