Lámina de Anatomia Japonesa
Una bata blanca. Unos conocimientos aprendidos malamente (las universidades, los centros docentes en general albergan el statu quo de las sociedades). El sacerdocio ¡El sacerdocio científico! Hoy que la ciencia es la gran religión, la panacea, la hostia en botes perfectamente clasificados con sus códigos de barras ¡Oh, los códigos de barras! Las salas de espera de las urgencias, el trajín de carros, cubos, frascos, sueros, sillas de ruedas, camillas, aparatos y más aparatos y pasillos sucios eternamente recorridos por limpiadores ¿Y esas luces de neón? ¿Y esa mujer que se sienta asustada ante el dolor de una punción? Y las jerarquías, ¡ah, las jerarquías! No nos saltemos las jerarquías y callemos la boca ante las expresiones mistéricas de los sumos sacerdotes que te miran extrañados de que un ser enfermo les hable a ellos y tome medidas por ellos y esboce un posible diagnóstico. Estos reyes del método científico son los únicos que se pueden saltar a su libre albedrío el susodicho. Ellos diagnostican sin tener las pruebas, ellos que sin prueba no son nada ¡El empirismo, señores, el empirismo!
Y la espera antes de la consulta/confesionario en esas salas ya grises o ya amarmoladas, ya grandes o ya minúsculas. Esos pacientes (en el doble y real significado) que se miran a los ojos sin apenas atreverse como si las chiribitas también contagiasen la enfermedad (antiguamente se creía y aún hoy habrá gente que lo crea, yo lo creo -como creo en el big bang y lo divino o en los efectos curativos de la ayahuasca o en la ligereza de un sueño que se vive despierto o como creo en todo lo que es posible- que el amor entraba por los ojos por medio de una especie de rayos que llamaban chiribitas, de ahí la expresión sus ojos echaban chiribitas) hasta que por fin unos ojos se encuentran frente a frente y surge la conversación y ésta hace más llevadera la espera y cuando toca el turno el que se queda suele decir, Y que haya suerte, que no sea nada.
La consulta/confesionario suele ser tan desgarbada, tan falta de ángel, tan escasa de simpatía. Hay una zozobra de sentimientos (cuando el sentimiento es parte fundamental de la enfermedad, el paciente dice, Siento un dolor aquí.) porque éstos se intentan resolver con la razón, científica en este caso ¿Cómo se lucha contra unos papeles? ¿Cómo escapar de los protocolos? ¿Cómo conseguir que el médico no busque una enfermedad sino un enfermo?
¡Qué mal se llevan la burocracia y la enfermedad! ¡Y qué mal se llevan los hospitales y el invierno! Luego muchos se curan. Otros mueren. Otros son internados y ahí empieza otro diario. Y a veces dejas, sin quererlo, a una viejecita asustada sentada en una sala. Le han abierto una vía, está incómoda, llama sin cesar, ¡Señorita, señorita! No acude nadie. Nadie dice, Tranquila abuela, estamos aquí, vamos, estese tranquila, cada poquito vendré a ver qué tal se encuentra. Nadie lo dice. A lo mejor una paciente que está a su lado le coge la mano por ella, que por cierto se llama Gloria, y también porque al ver a la anciana desvalida se ha acordado de dos viejecitas suyas (su madre y su tata) y las ha imaginado como Gloria se encuentra ahora, asustada y sola y vieja.
No hago de la parte el todo.
Y la espera antes de la consulta/confesionario en esas salas ya grises o ya amarmoladas, ya grandes o ya minúsculas. Esos pacientes (en el doble y real significado) que se miran a los ojos sin apenas atreverse como si las chiribitas también contagiasen la enfermedad (antiguamente se creía y aún hoy habrá gente que lo crea, yo lo creo -como creo en el big bang y lo divino o en los efectos curativos de la ayahuasca o en la ligereza de un sueño que se vive despierto o como creo en todo lo que es posible- que el amor entraba por los ojos por medio de una especie de rayos que llamaban chiribitas, de ahí la expresión sus ojos echaban chiribitas) hasta que por fin unos ojos se encuentran frente a frente y surge la conversación y ésta hace más llevadera la espera y cuando toca el turno el que se queda suele decir, Y que haya suerte, que no sea nada.
La consulta/confesionario suele ser tan desgarbada, tan falta de ángel, tan escasa de simpatía. Hay una zozobra de sentimientos (cuando el sentimiento es parte fundamental de la enfermedad, el paciente dice, Siento un dolor aquí.) porque éstos se intentan resolver con la razón, científica en este caso ¿Cómo se lucha contra unos papeles? ¿Cómo escapar de los protocolos? ¿Cómo conseguir que el médico no busque una enfermedad sino un enfermo?
¡Qué mal se llevan la burocracia y la enfermedad! ¡Y qué mal se llevan los hospitales y el invierno! Luego muchos se curan. Otros mueren. Otros son internados y ahí empieza otro diario. Y a veces dejas, sin quererlo, a una viejecita asustada sentada en una sala. Le han abierto una vía, está incómoda, llama sin cesar, ¡Señorita, señorita! No acude nadie. Nadie dice, Tranquila abuela, estamos aquí, vamos, estese tranquila, cada poquito vendré a ver qué tal se encuentra. Nadie lo dice. A lo mejor una paciente que está a su lado le coge la mano por ella, que por cierto se llama Gloria, y también porque al ver a la anciana desvalida se ha acordado de dos viejecitas suyas (su madre y su tata) y las ha imaginado como Gloria se encuentra ahora, asustada y sola y vieja.
No hago de la parte el todo.