Hamlet/Blanca Portillo
En las lejanas tierras de Dinamarca, entre la ligerísima bruma de un puerto a los pies del castillo de Elsinor, intramuros del Teatro Matadero de Madrid, Hamlet/BLanca Portillo nos muestra la historia de una duda (o la historia de La Duda).
William Shakespeare es quizá el urdidor de frases más hermosas que haya dado la literatura occidental. En cada obra suya, en cada poema suyo, en cada diálogo, la poesía (la más sublime de las artes literarias; la poesía como compendiadora de esencias y existencias; la poesía, señora de los sueños hechos palabra; la poesía señora de la realidad hecha sueño) surge esa calidad mágica que provoca que varias palabras al encontrarse y tejerse mediante las hábiles manos de un tejedor fuera de serie provoquen la explosión de la poesía.
Blanca Portillo es una analogía de Shakespeare. Su interpretación es la tercera dimensión de la poesía. La poesía en el espacio físico y en el espacio sonoro. Blanca en su interpretación de Hamlet se sienta codo con codo con Shakespeare y se tutean.
Tengo el placer de haber trabajado en el primer montaje que como profesional hizo Blanca. Fue a mediados de los años ochenta. Yo realicé la adaptación y versión al español de El Mal de la Juventud de Ferdinand Brückner y fui el ayudante de dirección. Blanca hizo en aquella ocasión el papel de Desirée, una joven burguesa, atacada del mal de ser joven. Ya entonces se veía la fuerza arrolladora de esta mujer en el escenario y me resulta curioso que al verla tantos años después, su fuerza, su estar en escena, sean tan semejantes a los de aquella primera vez. Es como si este hecho demostrara que las esencias (el propio termino lo insinúa) son siempre y que tan sólo las existencias van matizando, depurando, si se quiere, algo que de por sí ya estaba (aunque en general tengo la sensación de que la existencia se suele cargar las esencias).
La versión y la dirección de este Hamlet es de Tomaz Pandur, un director que empezó haciendo escenografía y se nota. El espacio escénico es bello y sugerente y te introduce en un lugar pantanoso (¿qué hay más pantanoso que la duda?) con una levísima bruma que habla mucho de lo sutil de este espectáculo. Tras la función lo saludé y lo felicité. Da gusto hacerlo. Aparte el espacio escénico, el mayor acierto de Pandur es haber elegido a Blanca Portillo para Hamlet. Porque ella tiene una voz prodigiosa, un registro amplísimo. Su voz promueve la sensación de adolescencia del personaje Hamlet y al mismo tiempo su presencia y su voz promueven la sensación de un hombre hecho y derecho y al mismo tiempo su esencia de mujer otorga al personaje la ambigüedad que le honra.
Este Hamlet es teatro (o una forma de teatro) teatral. Con esto quiero decir que es juego, que es evocación de realidades (no imitación de realidades). Y Blanca Portillo se mueve en esa clave de forma magistral. El tempo escénico de Blanca, cómo domina las pausas, cómo domina el gesto, cómo administra el esfuerzo, cómo crea arte agotador de una forma leve (hasta la angustia pantanosa de la duda), cómo ajusta la coreografía -concertino de una orquesta muy bien ensamblada- y obliga, suavemente, a los demás a seguirla.
Gozoso espectáculo. Gozosa actriz. Sin duda (paradójicamente, Hamlet/Blanca)
William Shakespeare es quizá el urdidor de frases más hermosas que haya dado la literatura occidental. En cada obra suya, en cada poema suyo, en cada diálogo, la poesía (la más sublime de las artes literarias; la poesía como compendiadora de esencias y existencias; la poesía, señora de los sueños hechos palabra; la poesía señora de la realidad hecha sueño) surge esa calidad mágica que provoca que varias palabras al encontrarse y tejerse mediante las hábiles manos de un tejedor fuera de serie provoquen la explosión de la poesía.
Blanca Portillo es una analogía de Shakespeare. Su interpretación es la tercera dimensión de la poesía. La poesía en el espacio físico y en el espacio sonoro. Blanca en su interpretación de Hamlet se sienta codo con codo con Shakespeare y se tutean.
Tengo el placer de haber trabajado en el primer montaje que como profesional hizo Blanca. Fue a mediados de los años ochenta. Yo realicé la adaptación y versión al español de El Mal de la Juventud de Ferdinand Brückner y fui el ayudante de dirección. Blanca hizo en aquella ocasión el papel de Desirée, una joven burguesa, atacada del mal de ser joven. Ya entonces se veía la fuerza arrolladora de esta mujer en el escenario y me resulta curioso que al verla tantos años después, su fuerza, su estar en escena, sean tan semejantes a los de aquella primera vez. Es como si este hecho demostrara que las esencias (el propio termino lo insinúa) son siempre y que tan sólo las existencias van matizando, depurando, si se quiere, algo que de por sí ya estaba (aunque en general tengo la sensación de que la existencia se suele cargar las esencias).
La versión y la dirección de este Hamlet es de Tomaz Pandur, un director que empezó haciendo escenografía y se nota. El espacio escénico es bello y sugerente y te introduce en un lugar pantanoso (¿qué hay más pantanoso que la duda?) con una levísima bruma que habla mucho de lo sutil de este espectáculo. Tras la función lo saludé y lo felicité. Da gusto hacerlo. Aparte el espacio escénico, el mayor acierto de Pandur es haber elegido a Blanca Portillo para Hamlet. Porque ella tiene una voz prodigiosa, un registro amplísimo. Su voz promueve la sensación de adolescencia del personaje Hamlet y al mismo tiempo su presencia y su voz promueven la sensación de un hombre hecho y derecho y al mismo tiempo su esencia de mujer otorga al personaje la ambigüedad que le honra.
Este Hamlet es teatro (o una forma de teatro) teatral. Con esto quiero decir que es juego, que es evocación de realidades (no imitación de realidades). Y Blanca Portillo se mueve en esa clave de forma magistral. El tempo escénico de Blanca, cómo domina las pausas, cómo domina el gesto, cómo administra el esfuerzo, cómo crea arte agotador de una forma leve (hasta la angustia pantanosa de la duda), cómo ajusta la coreografía -concertino de una orquesta muy bien ensamblada- y obliga, suavemente, a los demás a seguirla.
Gozoso espectáculo. Gozosa actriz. Sin duda (paradójicamente, Hamlet/Blanca)