Hablamos de comer el corazón

Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/06/2015 a las 01:45

Era definitivo. La última prueba. Rondaba en mí aquella noche la idea brillante del término arte liberal (o artista liberal) que es aquel que es libre, es decir que no necesita ganar nada con él y por lo tanto un arte liberal, un artista libre es aquél que tiene como única condición pensar. Sólo puede pensar quien es libre y sólo es libre quien dispone de los medios materiales para serlo. Desde el momento en que estás sometido a un salario (es decir una forma de conservar los alimentos) no puedes ser libre y por lo tanto no puedes pensar libremente (por ejemplo un periodista no puede pensar libremente. Puede pensar, sí, pero no libremente y de ahí se sigue que ninguna información de periodista ninguno puede tener nada que ver ni con la libertad ni con el pensamiento libre). Sólo el arte hace libre. Y en general si no eres como Cezanne que era artista, libre y rico tu arte liberal te llevará inevitablemente a la pobreza que no a la miseria que es una forma de pobreza sin dignidad. Así, si digo que hablamos de comerte el corazón y titulo este artículo de esta forma y no de otra es porque en mi libertad de artista me permito establecer una conexión misteriosa entre comerte el corazón y ser libre, entre pensar y ser libre e incluso yendo un poco más allá (un poco allá de mí; un poco más allá de mi propia línea, la que me había marcado al iniciar estas letras que empezaron vale la pena decirlo cuando había abierto el cuaderno marrón 1 para transcribir una nueva novela que nunca jamás terminaré a no ser que por una carambola del destino mi carrera como novelista despegue y entonces juro que tendré para veinte años para terminar todas y cada una de las novelas que he empezado y que por purita melancolía no he continuado) entre pensar y aceptar que este maldito mundo está dirigido por una pandilla de seres cuya inteligencia no ha de ser especial sino más bien lo contrario, inteligencias simples para objetivos simples; una forma la de comerte el corazón o la de las formas simples de la inteligencia que me vienen dadas por mi libertad, la que me he ido labrando a lo largo de los años, en lucha contra mí mismo, comiéndome mi propio corazón y al llegar a esa vuelta al circuito en el que por fin sabes que te diriges, de nuevo, a línea de salida. Libre conlleva derrota y aceptar la derrota es de una profundidad abismal. No se puede explicar mejor. Quien es libre lo sabe. Quien es esclavo no lo puede ni siquiera atisbar porque sería reconocer su propia condición y al hacerlo se vería abocado o a aceptar su esclavitud o a luchar por su libertad y eso le llevaría a ser artista y -todo hay que decirlo- artista no lo puede ser cualquiera y no porque ser artista sea una forma elevada de vida sino porque es un forma pobre de vivir. Porque es tiempo de desmitificar conceptos -y los primeros el de la libertad y el del pensamiento- porque ambos no proporcionan el bienestar que es uno de los leit-motiv de las sociedades opulentas sino que lo que aportan es una incomodidad, un malestar, una desazón que poco que tiene que ver con este mundo de objetivos, de paz interior o todas esas terribles sandeces que los nuevos gurus (léase sacerdotes, coaches o como cojones se escriba el anglicismo) se empeñan en incrustar en nuestras mentes, en nuestras manejables mentes. Es tan fácil dirigir las mentes humanas, manejarlas, manipularlas. Por ejemplo: la mayoría tiene razón. ¡Cómo que la mayoría tiene razón! ¿Quién es la mayoría? ¿Cómo llegó esa mayoría a su razón? No es tanto dar respuestas sino crear preguntas. Eso es la libertad: crear preguntas. El arte al ser inútil es el medio ideal para crear preguntas. Porque lo único útil son las respuestas y lo verdaderamente bello y en sí mismo más humano son las preguntas. Así si hablamos de comer el corazón, tú me puedes preguntar, ¿de qué corazón hablamos? y esa duda abre el infinito universo de la condición humana; esa pregunta en realidad está preguntando ¿cómo es posible que el sistema solar viaje a 800.000 km/h  por la Vía Láctea?; esa pregunta está abriendo una sima interrogativa, un furor por la duda, una inteligencia animal que no se preocupa por la conservación del alimento sino por la perplejidad ante lo que está viviendo y al caer la noche -mientras escribo estas palabras y de fondo escucho un documental en inglés con la esperanza de que esta inmersión lingüística me lleve a la comprensión final de semejante idioma- la mezcla de hablar sobre comerse un corazón, el sentido último de la expresión arte liberal, la libertad, el pensamiento y un lambrusco muy fresco me mecen en un tierno amor, un sentimiento extraño que se podría llamar orgullo por haber llegado hasta aquí, hasta esta orilla, en una isla de un mar mil veces surcado y allí, a lo lejos, veo a los remeros de la Argo y sé que pronto se encontrará Odiseo atado al mástil de la nao mientras escucha el canto de las sirenas en un mar que tan sólo le llevó de vuelta al hogar.
Ensayo | Redactado por Fernando García-Loygorri Gazapo el 28/06/2015 a las 01:45 | {0}