Busto de Calígula
QUEREAS: ¿Me has mandado llamar, Cayo?
CALÍGULA: Sí, Quereas (Pausa)
QUEREAS: ¿Tienes algo particular que decirme?
CALÍGULA: No, Quereas (Pausa)
QUEREAS: (Algo irritado) ¿Estás seguro de que sea necesaria mi presencia?
CALÍGULA: Completamente seguro, Quereas. (Nueva pausa. Afable de repente) Tienes que disculparme. Estoy distraído y te recibo muy mal. Siéntate ahí y charlemos como buenos amigos. Necesito hablar un poco con alguien que sea inteligente.
(Siéntase Quereas. Parece natural por primera vez desde el comienzo de la obra)
Quereas, ¿te parece que dos hombres que tienen igual grandeza de alma, igual orgullo, puedan hablarse al menos una vez en la vida con el corazón en la mano como si estuvieran desnudos uno frente al otro, despojados de sus prejuicios, de sus intereses particulares y de las mentiras en que viven?
QUEREAS: Me parece posible, Cayo; pero te creo incapaz de hacerlo.
CALÍGULA: Tienes razón. Tan sólo quería saber si pensábamos lo mismo. Por lo tanto pongámonos las caretas y utilicemos nuestras mentiras. Hablemos igual que se pelea, cubiertos hasta la guarnición de la espalda. ¿Por qué no me quieres, Quereas?
QUEREAS: Porque no hay nada en ti que sea amable. Porque no se manda en estas cosas. Además, porque te entiendo demasiado y a nadie le gusta ver en los demás el rostro que trata de esconder de sí.
CALÍGULA: ¿Por qué me odias?
QUEREAS: Te equivocas en eso, Cayo. Te juzgo nocivo, cruel, egoísta y vanidoso. Pero no puedo odiarte porque no te creo feliz. Tampoco puedo despreciarte porque sé que no eres cobarde.
CALÍGULA: Entonces ¿por qué me quieres matar?
QUEREAS: Ya te lo he dicho. Te considero nocivo. Me gusta mi seguridad y me es necesaria. Casi todos los hombres son como yo. Son incapaces de vivir en un mundo en cuyo seno pueden instalarse de repente las ideas más extrañas. No, yo tampoco quiero vivir en un mundo así. Prefiero tener la seguridad.
CALÍGULA: La seguridad y la lógica no hacen buenas migas.
QUEREAS: Cierto. Lo que digo no es lógico pero sí saludable.
CALÍGULA: Sigue.
QUEREAS: No tengo nada que añadir. No quiero penetrar en tu lógica. Tengo mi idea acerca de mis deberes como hombre. Sé que la mayor parte de tus súbditos piensan como yo. Tú eres un estorbo. Es natural que desaparezcas.
CALÍGULA: Todo esto es muy claro y muy legítimo. Para la mayor parte de los hombres sería incluso evidente. Pero no para ti. Tú eres inteligente y la inteligencia se paga o se niega. Yo pago. Tú no quieres negarla ni quieres pagar.
QUEREAS: Porque yo quiero vivir y ser dichoso y creo que ni lo uno ni lo otro son posibles si se lleva lo absurdo hasta sus últimas consecuencias. Yo soy como todos. A veces, para escapar de ello, me pongo a desear la muerte de los seres queridos o a codiciar mujeres que me prohíben poseerlas leyes de la familia o de la amistad. Para ser lógico tendría que matar o poseer. Pero estimo que esas ideas vagas carecen de importancia. Si a todos nos diera por llevarlas a cabo no podríamos vivir ni ser dichosos. Y una vez más esto lo que importa.
CALÍGULA: Es forzoso que creas en alguna idea superior.
QUEREAS: Creo que hay acciones más nobles que otras.
CALÍGULA: Para mí son todas equivalentes.
QUEREAS: Lo sé, Cayo, y por eso no te odio. Pero eres un estorbo y es preciso que desaparezcas.
CALÍGULA: Me parece justo. Pero ¿a qué decírmelo arriesgando con ello tu vida?
QUEREAS: Porque otros ocuparán mi sitio y porque no me gusta mentir (Pausa)
CALÍGULA: ¡Quereas!
QUEREAS: Dime, Cayo.
CALÍGULA: ¿Te parece que dos hombres que tienen grandeza de alma, igual orgullo, pueden hablarse, al menos una vez en la vida, con el corazón en la mano?
QUEREAS: Me parece que es lo que acabamos de hacer.
CALÍGULA: Lo es, Quereas. Y eso que no me creías capaz de hacerlo.
QUEREAS: Me he equivocado, Cayo; lo reconozco y te doy las gracias. Ahora espero tu sentencia.
CALÍGULA: (Distraído) ¿Mi sentencia? ¡Ah! Te refieres a... (Sacando la tablilla de su manto) ¿Conoces esto, Quereas?
QUEREAS: Sabía que estaba en tu poder.
CALÍGULA: (Apasionado) Sí, Quereas, y tu franqueza ha sido simulada. Nuestros dos hombres no se han hablado con el corazón en la mano. Pero no tiene ninguna importancia. Ahora vamos a dejar ese juego de la sinceridad y volveremos a vivir como antes. Es preciso aún que intentes comprender lo que voy a decirte, que padezcas mis ofensas y mis humores. Oye, Quereas, esta tablilla es la única prueba.
QUEREAS: Me marcho, Cayo. Estoy harto de este juego de títeres. Lo conozco demasiado y no quiero verlo más.
CALÍGULA: (Con la misma voz apasionada y atenta) Quédate aún: es la única prueba, de verdad.
QUEREAS: No creo que te hagan falta pruebas para ordenar la muerte de un hombre.
CALÍGULA: Es verdad. Pero, por una vez, quiero contradecirme. No molesto a nadie y es tan agradable contradecirse de vez en cuando. Es como un descanso y necesito descansar, Quereas.
QUEREAS: No te entiendo, ni me gustan tantas complicaciones.
CALÍGULA: ¡Claro, Quereas! Tú eres un hombre sano. Tú no deseas nada extraordinario (Con una carcajada) Tú quieres vivir y ser dichoso. ¡Nada más!
QUEREAS: Creo que será mejor dejarlo.
CALÍGULA: Todavía no. Un poco de paciencia, hazme el favor. Aquí está la prueba, mira: quiero figurarme que no puedo condenaros sin ella. Esta es mi idea y mi descanso. Pues bien, fíjate en qué se convierte la prueba en manos de un emperador.
(Acerca la tablilla a una antorcha. QUEREAS vuelve hacia él. Los separa la antorcha. La tablilla se derrite)
CALÍGULA: ¡Ya lo ves, conspirador! Se derrite y a medida que desaparece esta prueba, un alba de inocencia amanece en tu rostro. ¡Qué admirable pureza en tu frente, Quereas, qué hermosura, qué hermosura tan grande la de un inocente! Admira su poder. Ni los dioses mismos pueden dispensar la inocencia sin castigar antes. Mientras que a tu emperador una llama le basta para absolverte y alentarte. Prosigue, Quereas. Ve hasta el final de tu espléndido razonamiento. Tu emperador aguarda el descanso. Este es su modo de vivir y ser dichoso.
(QUEREAS mira a CALÍGULA con estupor. Esboza un ademán vago. Parece comprender, abre la boca y sale brúscamente. CALÍGULA sigue manteniendo la tablilla encima de la llama y, sonriendo, acompaña a QUEREAScon la mirada)
CALÍGULA: Sí, Quereas (Pausa)
QUEREAS: ¿Tienes algo particular que decirme?
CALÍGULA: No, Quereas (Pausa)
QUEREAS: (Algo irritado) ¿Estás seguro de que sea necesaria mi presencia?
CALÍGULA: Completamente seguro, Quereas. (Nueva pausa. Afable de repente) Tienes que disculparme. Estoy distraído y te recibo muy mal. Siéntate ahí y charlemos como buenos amigos. Necesito hablar un poco con alguien que sea inteligente.
(Siéntase Quereas. Parece natural por primera vez desde el comienzo de la obra)
Quereas, ¿te parece que dos hombres que tienen igual grandeza de alma, igual orgullo, puedan hablarse al menos una vez en la vida con el corazón en la mano como si estuvieran desnudos uno frente al otro, despojados de sus prejuicios, de sus intereses particulares y de las mentiras en que viven?
QUEREAS: Me parece posible, Cayo; pero te creo incapaz de hacerlo.
CALÍGULA: Tienes razón. Tan sólo quería saber si pensábamos lo mismo. Por lo tanto pongámonos las caretas y utilicemos nuestras mentiras. Hablemos igual que se pelea, cubiertos hasta la guarnición de la espalda. ¿Por qué no me quieres, Quereas?
QUEREAS: Porque no hay nada en ti que sea amable. Porque no se manda en estas cosas. Además, porque te entiendo demasiado y a nadie le gusta ver en los demás el rostro que trata de esconder de sí.
CALÍGULA: ¿Por qué me odias?
QUEREAS: Te equivocas en eso, Cayo. Te juzgo nocivo, cruel, egoísta y vanidoso. Pero no puedo odiarte porque no te creo feliz. Tampoco puedo despreciarte porque sé que no eres cobarde.
CALÍGULA: Entonces ¿por qué me quieres matar?
QUEREAS: Ya te lo he dicho. Te considero nocivo. Me gusta mi seguridad y me es necesaria. Casi todos los hombres son como yo. Son incapaces de vivir en un mundo en cuyo seno pueden instalarse de repente las ideas más extrañas. No, yo tampoco quiero vivir en un mundo así. Prefiero tener la seguridad.
CALÍGULA: La seguridad y la lógica no hacen buenas migas.
QUEREAS: Cierto. Lo que digo no es lógico pero sí saludable.
CALÍGULA: Sigue.
QUEREAS: No tengo nada que añadir. No quiero penetrar en tu lógica. Tengo mi idea acerca de mis deberes como hombre. Sé que la mayor parte de tus súbditos piensan como yo. Tú eres un estorbo. Es natural que desaparezcas.
CALÍGULA: Todo esto es muy claro y muy legítimo. Para la mayor parte de los hombres sería incluso evidente. Pero no para ti. Tú eres inteligente y la inteligencia se paga o se niega. Yo pago. Tú no quieres negarla ni quieres pagar.
QUEREAS: Porque yo quiero vivir y ser dichoso y creo que ni lo uno ni lo otro son posibles si se lleva lo absurdo hasta sus últimas consecuencias. Yo soy como todos. A veces, para escapar de ello, me pongo a desear la muerte de los seres queridos o a codiciar mujeres que me prohíben poseerlas leyes de la familia o de la amistad. Para ser lógico tendría que matar o poseer. Pero estimo que esas ideas vagas carecen de importancia. Si a todos nos diera por llevarlas a cabo no podríamos vivir ni ser dichosos. Y una vez más esto lo que importa.
CALÍGULA: Es forzoso que creas en alguna idea superior.
QUEREAS: Creo que hay acciones más nobles que otras.
CALÍGULA: Para mí son todas equivalentes.
QUEREAS: Lo sé, Cayo, y por eso no te odio. Pero eres un estorbo y es preciso que desaparezcas.
CALÍGULA: Me parece justo. Pero ¿a qué decírmelo arriesgando con ello tu vida?
QUEREAS: Porque otros ocuparán mi sitio y porque no me gusta mentir (Pausa)
CALÍGULA: ¡Quereas!
QUEREAS: Dime, Cayo.
CALÍGULA: ¿Te parece que dos hombres que tienen grandeza de alma, igual orgullo, pueden hablarse, al menos una vez en la vida, con el corazón en la mano?
QUEREAS: Me parece que es lo que acabamos de hacer.
CALÍGULA: Lo es, Quereas. Y eso que no me creías capaz de hacerlo.
QUEREAS: Me he equivocado, Cayo; lo reconozco y te doy las gracias. Ahora espero tu sentencia.
CALÍGULA: (Distraído) ¿Mi sentencia? ¡Ah! Te refieres a... (Sacando la tablilla de su manto) ¿Conoces esto, Quereas?
QUEREAS: Sabía que estaba en tu poder.
CALÍGULA: (Apasionado) Sí, Quereas, y tu franqueza ha sido simulada. Nuestros dos hombres no se han hablado con el corazón en la mano. Pero no tiene ninguna importancia. Ahora vamos a dejar ese juego de la sinceridad y volveremos a vivir como antes. Es preciso aún que intentes comprender lo que voy a decirte, que padezcas mis ofensas y mis humores. Oye, Quereas, esta tablilla es la única prueba.
QUEREAS: Me marcho, Cayo. Estoy harto de este juego de títeres. Lo conozco demasiado y no quiero verlo más.
CALÍGULA: (Con la misma voz apasionada y atenta) Quédate aún: es la única prueba, de verdad.
QUEREAS: No creo que te hagan falta pruebas para ordenar la muerte de un hombre.
CALÍGULA: Es verdad. Pero, por una vez, quiero contradecirme. No molesto a nadie y es tan agradable contradecirse de vez en cuando. Es como un descanso y necesito descansar, Quereas.
QUEREAS: No te entiendo, ni me gustan tantas complicaciones.
CALÍGULA: ¡Claro, Quereas! Tú eres un hombre sano. Tú no deseas nada extraordinario (Con una carcajada) Tú quieres vivir y ser dichoso. ¡Nada más!
QUEREAS: Creo que será mejor dejarlo.
CALÍGULA: Todavía no. Un poco de paciencia, hazme el favor. Aquí está la prueba, mira: quiero figurarme que no puedo condenaros sin ella. Esta es mi idea y mi descanso. Pues bien, fíjate en qué se convierte la prueba en manos de un emperador.
(Acerca la tablilla a una antorcha. QUEREAS vuelve hacia él. Los separa la antorcha. La tablilla se derrite)
CALÍGULA: ¡Ya lo ves, conspirador! Se derrite y a medida que desaparece esta prueba, un alba de inocencia amanece en tu rostro. ¡Qué admirable pureza en tu frente, Quereas, qué hermosura, qué hermosura tan grande la de un inocente! Admira su poder. Ni los dioses mismos pueden dispensar la inocencia sin castigar antes. Mientras que a tu emperador una llama le basta para absolverte y alentarte. Prosigue, Quereas. Ve hasta el final de tu espléndido razonamiento. Tu emperador aguarda el descanso. Este es su modo de vivir y ser dichoso.
(QUEREAS mira a CALÍGULA con estupor. Esboza un ademán vago. Parece comprender, abre la boca y sale brúscamente. CALÍGULA sigue manteniendo la tablilla encima de la llama y, sonriendo, acompaña a QUEREAScon la mirada)