(Piensa el hombre que está apoyado en la farola):
Mantenido en este alambre me ha nacido el vómito con sangre. ¿Por qué me he tapado la boca con la mano? ¿Por discreción? ¿Por la repulsión de los otros? ¿Cuándo empezó este venirse abajo? ¿Estos pulmones que empiezan a despedirse del aire? ¿A quién se lo diré? ¿Mantendré la dignidad ante el médico de turno? ¿Querré que ese médico simpatice conmigo? ¿Querré que haga suya mi enfermedad? ¿Le preguntaré sobre la agonía? ¿Aceptaré el tratamiento? ¿Cómo pasaré las horas en el hospital? ¿Tendré fiebre? ¿Me dolerá el cuerpo? ¿Dormiré mucho? ¿Cuánto tardaré en volver a estar apoyado en esta farola? ¿Volveré a estar apoyado en esta farola? ¿Piensa esta farola?
(Piensa la farola en la que está apoyado el hombre):
Hierro. Calambre. Altura. Dar el paso. Desarraigarme. Pedestal. Plaza. No me manche. Yo recuerdo a un niño que corrió hacia mí sin saber que era dura y al golpearse contra mi fuste y al prorrumpir en llanto, hice un esfuerzo sobrefarolero y quise encenderme como si fuera un milagro. Vi de lejos -aún con la bombilla apagada- cómo la madre se acercaba y en su gesto adiviné la tensión de la carne en el aire que penetra la materia blanda. A mis pies cogió al niño en sus brazos. Apoyada en mí limpió la sangre de la nariz del niño. Luego se quedó callada, apoyada en mí, abrazando al niño.
(Piensa la mujer apoyada en la farola con su hijo en brazos):
No debí dejarlo correr. Nunca, nunca más te dejaré correr. Te llevaré siempre a mi lado, cogida tu mano. No sé cómo ha podido pasar. No sé cómo me interesaba más la estupidez que escuchaba que la carrera de mi hijo. ¿Qué es un hijo? ¿Cuál es la naturaleza de este amor? ¿Qué significa esa palabra? ¿Cómo se podría definir con lenguaje el sentimiento de angustia y alegría que a un mismo tiempo circula por mi cuerpo cuando decidio que he de dejar a mi hijo que camine solo, solo por el mundo, solo por este mundo? ¿Qué será al verle crecer? ¿Cómo seré capaz de enseñarle a que se vaya? ¿Y cuando lo haga? ¿Cómo le veré marchar? ¿Cómo es posible no amar -sea lo que sea ese amar- a un ser que apenas sabe correr y que se extraña con la dureza en su nariz del material con que esta hecho este objeto que no sabe ni siquiera cómo se llama? ¿Habrá hecho la relación entre farola/correr/golpe/sangre/dolor en la nariz? ¿Ha funcionado esa electricidad? ¿La sangre está taponando ya la herida? ¿Los leucocitos están luchando ya? ¿Le evitarán la infección?
(Piensa el niño en los brazos de su madre mientras toca fascinado el metal de la farola):
Cuando sea grande vendré a por ti. Sabré acercarme. Vendré solo. Mamá no lo sabrá. Caminaré despacio, armado con mi inteligencia y te prometo que no te tendré miedo. Mira, haré lo siguiente: te rodearé, te estudiaré, te abrazaré, te escalaré, llegaré hasta lo más alto de ti, te encenderé, te haré caminar sobre el asfalto y tu luz nos guiará hacia el mar y cuando lleguemos, derramando luz a nuestro paso, te pondré el flotador, te tumbaré con cuidado, te fletaré sobre las aguas del mar y subido en ti, agarrado a ti, sin dolor, te haré navegar hasta el siguiente continente y allí conquistaremos el encuentro entre el mineral y el hombre.
Cuando cae la noche y la cabeza de la farola se ilumina, todo está desierto; es una farola de polígono industrial y centros comerciales, a las afueras de la gran ciudad; un espacio diurno; tan sólo los fines de semana se acercan por la noche amantes borrachos que se besan bajo su luz, jóvenes drogados y algún lunático que canta extrañas canciones venidas de muy lejos. Hoy es lunes y la soledad es absoluta, el último vestigio de vida pasó hace ya horas, fue una mujer en bicicleta. Quieta y hermosa la farola ilumina nada. Poco a poco van llegando hacia su círculo de luz un pie y un trébol. El trébol va montado en el empeine del pie. Es un trébol de tres hojas. No tiene nada de especial. El pie es largo y estrecho. Sus uñas estás perfectamente cortadas y camina con un ritmo justo, como si fuera el pie de un ángel. Al llegar al círculo de luz de la farola se detienen y parecen descansar. El trébol se estira. El pie se relaja. La farola los mira con cierta sorpresa.
(Piensa la farola con el pie y el trébol apoyados en su base):
Parecen fugitivos.
(Piensa el trébol bajo el círculo de luz) :
Un poco de luz me vendrá bien.
(Piensa el pie apoyado en la base de la farola):
¡Qué frescos el hierro y la vejez!
Mantenido en este alambre me ha nacido el vómito con sangre. ¿Por qué me he tapado la boca con la mano? ¿Por discreción? ¿Por la repulsión de los otros? ¿Cuándo empezó este venirse abajo? ¿Estos pulmones que empiezan a despedirse del aire? ¿A quién se lo diré? ¿Mantendré la dignidad ante el médico de turno? ¿Querré que ese médico simpatice conmigo? ¿Querré que haga suya mi enfermedad? ¿Le preguntaré sobre la agonía? ¿Aceptaré el tratamiento? ¿Cómo pasaré las horas en el hospital? ¿Tendré fiebre? ¿Me dolerá el cuerpo? ¿Dormiré mucho? ¿Cuánto tardaré en volver a estar apoyado en esta farola? ¿Volveré a estar apoyado en esta farola? ¿Piensa esta farola?
(Piensa la farola en la que está apoyado el hombre):
Hierro. Calambre. Altura. Dar el paso. Desarraigarme. Pedestal. Plaza. No me manche. Yo recuerdo a un niño que corrió hacia mí sin saber que era dura y al golpearse contra mi fuste y al prorrumpir en llanto, hice un esfuerzo sobrefarolero y quise encenderme como si fuera un milagro. Vi de lejos -aún con la bombilla apagada- cómo la madre se acercaba y en su gesto adiviné la tensión de la carne en el aire que penetra la materia blanda. A mis pies cogió al niño en sus brazos. Apoyada en mí limpió la sangre de la nariz del niño. Luego se quedó callada, apoyada en mí, abrazando al niño.
(Piensa la mujer apoyada en la farola con su hijo en brazos):
No debí dejarlo correr. Nunca, nunca más te dejaré correr. Te llevaré siempre a mi lado, cogida tu mano. No sé cómo ha podido pasar. No sé cómo me interesaba más la estupidez que escuchaba que la carrera de mi hijo. ¿Qué es un hijo? ¿Cuál es la naturaleza de este amor? ¿Qué significa esa palabra? ¿Cómo se podría definir con lenguaje el sentimiento de angustia y alegría que a un mismo tiempo circula por mi cuerpo cuando decidio que he de dejar a mi hijo que camine solo, solo por el mundo, solo por este mundo? ¿Qué será al verle crecer? ¿Cómo seré capaz de enseñarle a que se vaya? ¿Y cuando lo haga? ¿Cómo le veré marchar? ¿Cómo es posible no amar -sea lo que sea ese amar- a un ser que apenas sabe correr y que se extraña con la dureza en su nariz del material con que esta hecho este objeto que no sabe ni siquiera cómo se llama? ¿Habrá hecho la relación entre farola/correr/golpe/sangre/dolor en la nariz? ¿Ha funcionado esa electricidad? ¿La sangre está taponando ya la herida? ¿Los leucocitos están luchando ya? ¿Le evitarán la infección?
(Piensa el niño en los brazos de su madre mientras toca fascinado el metal de la farola):
Cuando sea grande vendré a por ti. Sabré acercarme. Vendré solo. Mamá no lo sabrá. Caminaré despacio, armado con mi inteligencia y te prometo que no te tendré miedo. Mira, haré lo siguiente: te rodearé, te estudiaré, te abrazaré, te escalaré, llegaré hasta lo más alto de ti, te encenderé, te haré caminar sobre el asfalto y tu luz nos guiará hacia el mar y cuando lleguemos, derramando luz a nuestro paso, te pondré el flotador, te tumbaré con cuidado, te fletaré sobre las aguas del mar y subido en ti, agarrado a ti, sin dolor, te haré navegar hasta el siguiente continente y allí conquistaremos el encuentro entre el mineral y el hombre.
Cuando cae la noche y la cabeza de la farola se ilumina, todo está desierto; es una farola de polígono industrial y centros comerciales, a las afueras de la gran ciudad; un espacio diurno; tan sólo los fines de semana se acercan por la noche amantes borrachos que se besan bajo su luz, jóvenes drogados y algún lunático que canta extrañas canciones venidas de muy lejos. Hoy es lunes y la soledad es absoluta, el último vestigio de vida pasó hace ya horas, fue una mujer en bicicleta. Quieta y hermosa la farola ilumina nada. Poco a poco van llegando hacia su círculo de luz un pie y un trébol. El trébol va montado en el empeine del pie. Es un trébol de tres hojas. No tiene nada de especial. El pie es largo y estrecho. Sus uñas estás perfectamente cortadas y camina con un ritmo justo, como si fuera el pie de un ángel. Al llegar al círculo de luz de la farola se detienen y parecen descansar. El trébol se estira. El pie se relaja. La farola los mira con cierta sorpresa.
(Piensa la farola con el pie y el trébol apoyados en su base):
Parecen fugitivos.
(Piensa el trébol bajo el círculo de luz) :
Un poco de luz me vendrá bien.
(Piensa el pie apoyado en la base de la farola):
¡Qué frescos el hierro y la vejez!